Este es mi primer texto de opinión en La Memoria Errante. No podía ser de otra forma y no podía ser en otro momento. En tres años que llevo colaborando con este increíble proyecto me había dedicado a escribir poemas y a jugar con la realidad, pero este momento requiere seriedad y quizás, de aquí en adelante, tenga que dejar de lado los poemas y los cuentos (a menos que el espíritu de José Revueltas se apodere de mí y entonces pueda escribir poemas y cuentos políticos).
Nunca fui poeta ni cuentista, solo buen lector y un mediocre imitador. En realidad, la poesía y la fantasía me servían para enmascarar un lado más crudo que siempre cargo, mi ser politólogo. Los politólogos y las politólogas tenemos una condena que es ser considerados como aquellos seres que se dedican a analizar la realidad política y social desde una óptica “liberal” y con ínfulas de superioridad moral. Lo confieso, a mí también me dan repele quienes estudiaron ciencia política, más aún cuando pienso en Denise Dresser.
Sin embargo, tengo una salvaguarda. En su mayoría mis mejores amigos y amigas no son politólogos ni politólogas. Mi pareja, quien también es mi mejor amiga, es comunicóloga; uno de mis mejores amigos es sociólogo; mi hermano y mejor amigo es matemático; la maestra Karla, quien además es otra de mis mejores amigas, sí es politóloga, pero fue madre muy joven, se fue a vivir a Oaxaca y prácticamente fue madre soltera; mi maestro Germán es sociólogo colombiano y tengo la fantástica sospecha que cuando era estudiante estuvo a punto de ingresar al brazo intelectual de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Pável también es polítólogo, pero se llama Pável. Lo que quiero decir es que aunque soy politólogo no soy como Denise Dresser. Y no, tampoco voy a ser presidente, aunque cuando era niño una especie de vidente les dijo a mi mamá y a mi papá que yo sería presidente. Tal vez esa señora vidente estaba en lo cierto y por ello en la secundaria fui presidente de la sociedad de alumnos.
A pesar de la mala reputación que tenemos los politólogos no todos somos iguales, aunque algunos sean más iguales que otros. Por mi parte me he decantado por el análisis crítico, lo que no significa criticar por criticar ni pensar que el poder ejecutivo -el del presidente- es el único poder sin considerar los poderes económicos, mediáticos, militares, judiciales que en América Latina han dado los más recientes golpes de Estado. Por otro lado, el análisis crítico también representa reconocer que los conceptos tradicionales de la ciencia política como “democracia”, “autoritarismo”, “dictadura”, “pueblo”, “populismo”, “ciudadanía”, “sociedad civil”, “libertad”, sólo por mencionar algunos, están impregnados de una visión liberal de la realidad, lo que significa en resumidas cuentas que se adecúan a la visión hegemónica-occidental encabezada por los Estados Unidos y sus intereses geopolíticos y empresariales. Intereses por demás capitalistas e imperialistas.
La propia “Ciencia Política” nace en occidente a mediados del siglo XX, en plena Guerra Fría. Sus principales representantes son franceses, italianos y estadounidenses liberales que retoman y reconfiguran conceptos de la “civilizada” Grecia de Platón y Aristóteles. Los politólogos intelectuales y liberales jamás van a saber hablar de la práctica y teoría de la política en la China antigua, por ejemplo, y de la China actual jamás sabrán hablar sin caer en prejuicios y difamaciones dignas del noticiero estelar más nacionalista y desinformante de los Estados Unidos. En las clases de Ciencia Política de mi universidad ningún académico me dijo que “El Estado y la Revolución”, de Lenin, era un libro imprescindible para entender la naturaleza del Estado; es más, ni siquiera fue parte de la bibliografía de los 10 semestres que cursé hasta terminar la licenciatura. Paradójicamente fue un profesor un tanto malicioso, con parecido increíble a Gargamel de Los Pitufos, proveniente de una de las familias más corruptas y ricas de Toluca, el único que me pidió que leyera un libro marxista: “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, de Engels; uno de esos libros que, como diría Peña Nieto, cambió mi vida (¿paradójico, no?). Pidiendo perdón por mis divagaciones, lo que quiero decir en resumidísimas cuentas es que la Ciencia Política surge como respuesta al comunismo en la URSS y para explicar por qué los soviéticos eran los malos y los Estados Unidos eran los buenos.
Pero ahora sí, a lo que cruje chencha.
No quiero asustarles sino advertirles, queridas compañeras, compañeros, lectoras y lectores. En México estamos ante el inicio de lo que en el argot político se conoce como lawfare o golpe de Estado blando. No exagero. No se necesita haber estudiado alguna ciencia social, ser universitario, licenciado o doctor, para saber quién será nuestra próxima presidenta: una mujer científica formada en la universidad pública, en el movimiento estudiantil y quien ha trabajado de cerca con el actual presidente de México desde hace veinticuatro años. La realidad y las encuestas, que son una fotografía de la realidad, lo dicen a gritos. Esto significa que la izquierda partidista gobernará, por mandato y elección popular, mínimo otros 6 años; lo que a su vez indica que la derecha más radical, quien había conservado el poder ejecutivo, legislativo, judicial, mediático, económico y militar, desde 1982, quedará “fuera” del poder ejecutivo y legislativo -por lo menos- 12 años. Hago esta distinción entre los diversos poderes para que no se olvide que el “poder” no es uno solo y que si bien la derecha perdió el ejecutivo y legislativo desde 2018, continuó conservando grandes cotos de poder en los medios de comunicación, en el poder judicial, dentro del ejército y por su puesto su poder económico. Sin embargo, aunque la derecha conservó su poder en muchos ámbitos e instituciones del Estado y fuera de él, el poder ejecutivo y el legislativo son imprescindibles para manejar el presupuesto (los dineros) del país, y más aún son imprescindibles para gobernar. Y bien sabemos que el interés de la derecha en tener el control del presupuesto y gobernar el país radica en la posibilidad de hacer política no como vocación sino como negocio.
Para intentar recuperar ese poder la derecha ha recurrido a todo, incluyendo videomontajes, guerra sucia en redes sociales, desinformación y fake news. Basta señalar el ejemplo del director y publicista Carlos Alazraki, quien en uno de sus programas de su canal de YouTube Atypical TV, confesó la estrategia política seguida por la derecha: “entre más mentiras des contra Morena mejor te va”. Estamos hablando de manipulación mediática, la manipulación del miedo que genera a su vez odio. Niños con cáncer sin medicamentos, vacunas chinas “inservibles” contra el COVID-19, el “doctor muerte”, la desaparición de la Basílica de Guadalupe, el comunista de López, el México que lleva casi 6 años convirtiéndose en Venezuela, el dólar a 30 pesos, la expropiación de la propiedad privada, el #NarcoPresidenteAMLO3000, mentiras para generar miedo, miedo para generar odio.
Por otro lado, los pésimos resultados en materia económica y de seguridad de la derecha, aunado a sus demostrados eventos de corrupción que hoy tienen a un exsecretario de seguridad pública (!) en la cárcel en los Estados Unidos, a exgobernadores y excandidatos a la presidencia de la república prácticamente prófugos, así como a expresidentes de México siendo parte de los Consejos Directivos de empresas trasnacionales que se vieron favorecidas durante sus administraciones, han hecho que la reputación de la derecha esté por los suelos, lo que de paso explica la desventaja tan grande que tiene la hoy candidata de la derecha a la presidencia. Entre tanto desprestigio y como una táctica de manipulación, la derecha busca apropiarse de conceptos que tradicionalmente han acompañado a las luchas sociales desde las múltiples izquierdas.
Para la derecha la democracia solo existe cuando ellos ganan elecciones, sin importar si se tiene el apoyo popular o el de la clase empresarial; mientras que cuando un gobernante o partido es apoyado por la mayoría del pueblo, gozando de una alta popularidad y con amplias posibilidades de volver a ganar las elecciones en cuestión, entonces lo que se señala es el “peligro inminente” de una “dictadura”.
Mientras por un lado la derecha desprecia la palabra “pueblo” porque en realidad le remite a la imagen de gente atrasada, pobre e ignorante; por otro busca encumbrar el término “sociedad civil” o “ciudadanía”, que para ellos representa el imaginario de gente de clase media, universitaria, blanca, “ilustrada”, que simpatiza con su causa y se opone a la dictadura y al autoritarismo del gobernante popular.
La derecha señala “autoritarismo” cuando desde un gobierno de izquierda se denuncia la cooptación del Poder Judicial por parte de la derecha y se critica la manipulación mediática a la que incurre la propia derecha, al tiempo que santifica la palabra “libertad”. ¿Libertad para quién y libertad de qué? ¿del mercado? ¿del gran capital? ¿para manipular la opinión pública a través de los medios de comunicación en nombre de la “libertad de expresión”? Parafraseando a Marx: ¿cuál es la libertad por la que aboga la derecha sino la libertad para desaparecer todas las trabas nacionales que obstaculizan el predominio voraz del gran capital? Si por la derecha fuese se privatizaría no solo el petróleo, la energía, la educación, la salud y el agua, sino hasta el aire. “No se dejen engañar por la palabra abstracta “libertad”. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo sino la libertad del capital para oprimir al trabajador”, decía Marx.
Por otro lado, la derecha y de paso la Ciencia Política liberal se han encargado de imponer una connotación negativa al término “populismo”, al caracterizarlo como un engaño de un líder carismático hacia el pueblo, quien se vuelca a apoyarlo debido a la transferencia de apoyos sociales en su favor. Pero si nos quitamos las gafas liberales y de acuerdo con sus propios términos el populismo no sería otra cosa que la justicia social, y un líder populista no sería otra cosa que un gobernante que está a favor del pueblo, gobierna por el pueblo y para el pueblo. Por ello, de acuerdo con diversos autores y autoras como Lucía Cadahia, señalan que se puede caracterizar al populismo como la antítesis del neoliberalismo que, por experiencia nacional, sabemos que significa gobernar a favor de las élites económicas y empresariales en prejuicio de la mayoría popular.
Una vez presentados estos conceptos paso a exponer (como cualquiera lo puede notar leyendo columnas de opinión de sus representantes) que la narrativa de la derecha en las actuales elecciones presidenciales es la siguiente: “el gobierno autoritario y populista intenta instaurar una dictadura para acabar con las libertades, incluyendo la libertad de expresión y manifestación de la sociedad civil; para ello el actual presidente impondrá a la candidata de su partido, entrometiéndose en el proceso electoral para favorecerla mediante una elección de Estado”. Lo dicho, la derecha busca apropiarse de conceptos que han acompañado a las diversas luchas sociales desde hace décadas, incluso siglos, pero ¿acaso vivíamos en una democracia cuando uno de los partidos que hoy forma parte de la coalición de la derecha gobernó el país durante 71 años ininterrumpidos, mientras asesinaba a opositores? ¿acaso vivíamos en una democracia cuando durante el primer gobierno panista el presidente Vicente Fox impulsó el desafuero con artimañas legales y complicidad de la Suprema Corte de su principal rival que se perfilaba para ser el próximo presidente de México? ¿acaso vivíamos en una democracia cuando una guerra sucia electoral, llena de mensajes de odio y de miedo, de correos electrónicos con mentiras y desinformación que eran enviados desde Los Pinos, ocasionó que las elecciones de 2006 se enturbiaran de tal forma que en ese año vivimos una de las crisis políticas más grandes de los últimos tiempos? ¿acaso vivíamos en una democracia cuando el propio poder judicial impidió el recuento total de los votos después de una elección que se definió con un el 0.56% de diferencia entre el primero y el segundo lugar en la cual se reportaron tremendas irregularidades? ¿acaso vivíamos en una democracia repleta de libertades cuando en 2006 el nuevo gobierno panista de Felipe Calderón declaró una “guerra contra el narco” ocasionado un aumento exponencial de muertes, masacres y violaciones tremendas de derechos humanos, haciendo intransitables algunas zonas del país? ¿acaso vivíamos en una democracia repleta de libertades y sin autoritarismo, cuando el presidente que resultó vencedor de manera ilegítima declaró que había ganado “haiga sido como haiga sido”? ¿acaso vivíamos en una democracia repleta de libertades, sin autoritarismo y con plena libertad de expresión cuando ese mismo presidente hizo que despidieran de su medio a una periodista quien le hizo críticas contundentes? ¿acaso vivíamos en una democracia plena, con libertades, sin autoritarismo y con independencia judicial, cuando Felipe Calderón mandó intimidar en su casa a un magistrado de la Suprema Corte que no se alineaba con sus intereses? ¿Vivíamos en una democracia cuando su Secretario de Seguridad Pública pactaba con el narcotráfico y participaba directamente en el crimen organizado? ¿Acaso vivíamos en una democracia cuando la elección de 2012 se caracterizó por la compra masiva de votos, como nunca antes en la historia de México? ¿Vivíamos en una plena democracia cuando el director de Pemex y la mano derecha Enrique Peña Nieto recibían dinero de empresas brasileñas y españolas a cambio de promulgar leyes para favorecer a dichas empresas? ¿Acaso vivíamos en una plena democracia cuando desde las esferas más altas del Estado se intentó manipular la verdad sobre la desaparición de 43 estudiantes normalistas en la que participaron prácticamente todos los niveles del gobierno y las principales instituciones de seguridad?
¿Acaso vivíamos en una democracia, mejor que en la que hoy vivimos, cuando nos gobernaban los partidos de derecha que hoy buscan regresar al poder y que cínicamente hoy denuncian “autoritarismo” y “dictadura?
La cínica narrativa de la derecha mexicana es parte de una estrategia regional en la que participan organizaciones internacionales financiadas por empresarios y gobiernos extranjeros. El conglomerado de estas organizaciones se llama “ATLAS Network”, y de él hacen parte personas impresentables ligadas a la derecha como el escritor Mario Vargas Llosa, el empresario mexicano Ricardo Salinas Pliego, y políticos como Javier Milei, Jair Bolsonaro y Donald Trump. Sus formas de operar, que podemos observar a través de varios ejemplos latinoamericanos, incluyen el impulso de movilizaciones “ciudadanas” que buscan oponerse a los “autoritarios y populistas” gobiernos de izquierda; el uso faccioso del Poder Judicial como aparente contrapeso al Poder Ejecutivo; y el impulso de narrativas de manipulación y odio a través de diversos medios de comunicación.
En el caso mexicano estas tácticas las podemos observar claramente en 1) la convocatoria desde la derecha a las marchas “ciudadanas” conocidas como “la marea rosa” en donde participan mayoritariamente personas de la clase media opositoras al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, 2) la evidente oposición, disfrazada de búsqueda de “independencia” del Poder Judicial al Poder Ejecutivo. Sentencias en favor de personas acusadas de corrupción, como Rosario Robles, Emilio Lozoya, el abogado de prominentes políticos del antiguo régimen Juan Collado, Ricardo Salinas Pliego acusado de deber miles de millones de pesos en impuestos, el exprocurador Jesús Murillo Karam, acusado de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, son solo algunos ejemplos que se complementan, a su vez, con la invalidación de leyes aprobadas por el Poder Legislativo en favor de la justicia social; y la preparación de un juicio de impeachment en contra del propio presidente López Obrador; 3) la supuesta crítica al autoritarismo del gobierno de AMLO que se lanza a la opinión pública proviene de programas con una agenda editorial marcadamente de derecha, medios de comunicación cuyos dueños son empresarios o políticos contrarios al actual presidente, como Roberto Madrazo quien patrocina Latinus o Ricardo Salinas Pliego, dueño de TV Azteca. Los principales opinadores que desde programas de televisión intentan instalar una narrativa del peligro de la dictadura, del autoritarismo, del populismo, son lectores de noticias e “intelectuales” que se vieron favorecidos por los gobiernos priístas y panistas tales como Carlos Loret de Mola -quien participó en el ya demostrado montaje dirigido por Genaro García Luna (hoy preso y declarado culpable en los Estados Unidos) en contra de Florance Cassez e Israel Vallarta-, Héctor Aguilar Camín, que recibía millonarias subvenciones del gobierno de Carlos Salinas de Gortari y los posteriores gobiernos priístas y panistas; entre muchos, muchos otros.
En otros casos comparables en América Latina vale la pena recordar el caso brasileño, en donde la presidenta Dilma Rousseff, perteneciente al Partido dos Trabalhadores de ideología izquierdista fue separada de su cargo por el Congreso, con validación del Poder Judicial, en un proceso turbio, desproporcionado y en el cual, literalmente, se homenajeó a sus torturadores durante la dictadura militar brasileña (1964-1985), para después armar un caso judicial, sin pies ni cabeza, en contra del expresidente Luiz Inácio Lula Da Silva, que lo llevó a la cárcel durante más de dos años y que le impidió presentarse a las elecciones presidenciales de 2018 en las cuales aparecía como el favorito para ganar la presidencia ante el ultraderechista Jair Bolsonaro; todo ello precedido por gigantescas manifestaciones de la clase media que pedía el retorno de los militares al poder y el encarcelamiento de Lula, cubiertas de manera espectacular por los grandes medios de comunicación brasileños quienes, además, instauraron ante la opinión pública una narrativa en donde la izquierda representada por Lula Da Silva y Dilma Rousseff era señalada sin prueba alguna como “corrupta”. A pesar de que el caso brasileño me parece el más revelador, en Argentina el Poder Judicial actuó de manera facciosa para impedir la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner, quien tenía más posibilidades de ganar la presidencia en las elecciones en donde resultó ganador el ultraderechista Javier Milei, y en donde los medios de comunicación también jugaron un papel importantísimo en el desprestigio de la expresidenta peronista. En Perú, el poder judicial apresuró la prisión del expresidente izquierdista Pedro Castillo, quien fue víctima de los enquistados poderes fácticos en ese país sudamericano. En Bolivia, después de ganar unas elecciones que fueron señaladas como legitimas por observadores internacionales, la derecha usó al poder militar y al poder judicial para dar un golpe al expresidente, también de izquierda, Evo Morales. En Ecuador, el expresidente Rafael Correa sufrió una embestida mediática y judicial en cuanto dejó la presidencia y hoy vive en el exilio.
Por todos estos acontecimientos en países hermanos de América Latina y por los hechos y estrategias recientes implementadas en México es que advierto, con preocupación, que estamos ante el inicio de un golpe de Estado blando, cuyos siguientes pasos, intuyo, podrían ser los siguientes: 1) cuestionar, desde los medios de comunicación afines, el resultado y la legitimidad de las elecciones. 2) Sería muy arriesgado que desde las instituciones electorales y judiciales se anulara la elección, pues el apoyo popular del presidente López Obrador se cuenta en millones de personas que sin lugar a duda se movilizarían en contra de dichas medidas; por lo que la derecha recurrirá justo a lo mismo, pero inversamente: llamar a movilizaciones de la “marea rosa” en contra de la imposición y la dictadura. Estas movilizaciones podrían continuar durante buena parte del inicio del sexenio de Claudia Sheinbaum, pues AMLO y su poder de convocatoria para la movilización popular saldrían de escena, y la derecha ve a Sheinbaum más débil que su antecesor. 3) Si las movilizaciones rosas continúan y no hay una respuesta popular contundente desde la izquierda, entonces sí, las instituciones judiciales y el poder mediático podrían accionarse para presionar dar el último paso que desembocaría en alguna argucia legal para generar un clima de ingobernabilidad, cuando menos, y la destitución de la próxima presidenta.
Pero justamente la clave está en la respuesta que exista desde la izquierda organizada, partidista y social, pues si esta se organiza y se moviliza en las calles el golpe podría ser contenido. Debemos recordar también, que a diferencia de otros casos latinoamericanos, muy probablemente el inicio del próximo sexenio contará con una mayoría de legisladores y legisladoras de izquierda, así como con una mayoría de gobernadores y gobernadoras provenientes de Morena. Como sea, el inicio y desarrollo del próximo sexenio será bastante intenso, y nosotros como ciudadanos y ciudadanas, como parte del pueblo de México, debemos estar atentos a estos acontecimientos, informarnos a través de fuentes fiables y lo más transparentes posibles, ponernos buzos ante la desinformación y la manipulación mediática, y en su caso defender la democracia, esa que tanto nos costó. Y por la que murieron nuestros abuelos en el 68, por la que lucharon nuestros padres en el 88 y que consumamos en 2018.
P.D. Entre tantas probables cosas criticables al actual gobierno y al partido Morena, la derecha elige la mentira y la desinformación; es comprensible, pues no puede enfrentarlo de otra forma: la derecha siempre estará en oposición a los intereses del pueblo y a favor del rey capital, el rey dinero, el rey oligarca.
Esta muy sesgada su columna, el mismo discurso lo he leído por años
Que me bese el autor
Me parece un análisis pertinente, necesario y que promueve el que más y más discusiones se den en torno al panorama político, económico y social que acontece en México, a partir del proceso electoral presidencial, legislativo, y de otros cargos de elecciones popular. Muchas gracias por compartir tan atinado análisis político que no solo se reduce a lo que acontece en el país, sino que es una serie de acontecimientos regionales en América Latina para desarticular las democracias legítimamente populares, y apoderarse de él poder político para beneficio del poder económico, y de quienes reproducen las violencia que general el programa politico económico del capitalismo con manos de las facciones de derecha y sus instituciones (medios de comunicación, la educación,…