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Foto del escritorCristina Noemi González Del Valle

El invencible verano de Liliana: Reflexión sobre el duelo y la violencia feminicida

Actualizado: 12 oct 2023

El invencible verano de Liliana es un libro escrito por Cristina Rivera Garza, originalmente publicado el 30 de diciembre de 2021. En el libro seguimos el camino de la autora, quien narra su vivencia como familiar de una víctima de feminicidio. El 16 de julio de 1990 su hermana, Liliana Rivera Garza, fue asesinada a la edad de 20 años por su ex novio cuando aún no existía la tipificación de feminicidio en el Código Penal Federal. La narración describe a detalle el difícil camino hacia la justicia en México, un camino acompañado del inmenso dolor de la pérdida; un dolor tan agudo que se ha extendido décadas en su familia y que resulta difícil de sobrellevar. La pérdida irreparable.


Además, la autora se dio a la tarea de recopilar testimonios de personas que hayan convivido con Liliana durante los últimos meses de su vida. De ese modo podemos conocerla a través de los recuerdos descritos, reivindica su memoria mediante el testimonio: quién era ella para sus amigos y conocidos, cómo era, qué le gustaba, las formas en que se divertía, el empeño en su carrera. El interés de la autora no es reafirmar la narrativa del feminicida como aquel que encarna el poder soberano, sino que usa este espacio para hacer hablar a Liliana.


Desde la reflexión ética, las discusiones sobre el duelo han trabajado respecto a los distintos afectos y desafíos que acompañan la difícil vivencia de una pérdida irreparable. En casos como el de Liliana, al dolor de la pérdida se suma la rabia. En un contexto en el que el asesino de su hermana no cumplió la condena, Cristina describe la forma en que dolor y rabia se mezclan y hacen de lo cotidiano algo insufrible. El dolor de la perdida, el dolor de la injusticia. La rabia es la fiel acompañante del dolor y hartazgo, al mismo tiempo que funciona como motor para incentivar la búsqueda de justicia: “exhausta ya, harta ya, ya para siempre enrabiada.”[1]


Como en el caso de la autora, toda la vida los seres humanos se han enfrentado a la muerte, y con ella, a la pérdida, a lidiar con la idea de que una persona a la que se ama/aprecia ya no está en este mundo. Por ello, es recurrente acudir a la memoria. La muerte ligada al dolor de la pérdida se puede volver llevadera desde ahí: la persona pudo haberse ido, pero aún tenemos su recuerdo impregnado. Negociamos con la perdida. El olvido, en algunos sentidos, resulta tan malo como la muerte, se vuelve la desaparición definitiva de este mundo.


La memoria puede ser personal y colectiva. El recuerdo inmediato de Liliana lo tienen su familia y amigos, pero también lo tenemos nosotras a través del testimonio. Este rememorar no se limita a pensar en Liliana como mujer, amiga y hermana, también es la memoria colectiva de lo acontecido, el recordatorio de la injusticia. La memoria en este sentido es crucial. El olvido es peligroso porque puede implicar la repetición de estas violencias al no ser reconocidas. Esto no significa que el duelo no pueda ser superado, mantener vivo el pasado al conservar los vínculos con él no excluye la superación, pero tampoco implica el olvido. Las impresiones como recuerdos de otros es algo que nos mueve incluso si la persona ya no está.


De modo general, en distintas ocasiones la reflexión filosófica se ha detenido a pensar el modo en que el ser humano se enfrenta a la muerte. Aunque es más reciente el uso del término “duelo” para referirnos al proceso emocional de una persona ante la pérdida, también ha sido un tema abordado por filósofos antiguos. Podemos pensar, por ejemplo, en el estoicismo, en Séneca particularmente, quien, en Consolación a Marcia, exhorta a la superación de la pérdida tomando conciencia de la impermanencia de las cosas, y apelando a la muerte como algo que forma parte del orden natural y racional de las cosas. No perdemos a quien nunca nos perteneció. El estoicismo reitera que la muerte forma parte de la vida y no podemos esperar que las personas que amamos sean inmortales, ya que ni siquiera nosotros mismos lo somos.


Pero la postura estoica al afrontar la muerte puede resultar rígida leída desde otros contextos. El duelo, como lo describe Cristina, es demoledor, terrible. Un dolor que supone el odio de uno mismo, que desgarra la vida de la persona que intenta continuar en el mundo a pesar de la culpa, vergüenza y odio por sí misma que él supone. En casos de violencia feminicida los duelos están atravesados por circunstancias que hacen insoportable algo que es difícil por sí mismo. No solo es el duelo por la muerte, es el dolor de vivir una injusticia y verse incapaz de hacer algo para remediarla.


La vida de Liliana no se perdió por azares del destino, le fue arrebatada, y las autoridades que deberían garantizar la justicia no han sido capaces de dársela. En contextos así, las personas viven el resto de su vida con dolor y rabia. En palabras de la autora, “es mentira que el tiempo pasa”[2]. Desafortunadamente, las circunstancias no solo violentaron a Liliana. Al no existir la tipificación de feminicidio cuando fue asesinada, Cristina y su familia fueron violentados cuestionando sus decisiones respecto a su hija, así como el modo de vida de Liliana, sus elecciones de pareja y la libertad que tenía.


Reconocer que no hay culpa en ellos como familiares, ni en Liliana como mujer, ha significado un trabajo de años. La lucha feminista que proclama “¡la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía!” acompaña estos procesos. La ausencia de un lenguaje politizado para pensar y nombrar la realidad de lo acontecido jugó un papel importante, imposibilitó, y la familia de Liliana guardó silencio como forma de proteger su memoria. Pero ahora hay una palabra que permite a los familiares entender que ni ellos ni Liliana tenían modo de evitar que eso sucediera, feminicidio. Al reformular el relato, se abrieron otras posibilidades de entenderlo: “¿Quién en un mundo donde no existía la palabra feminicidio, las palabras terrorismo de pareja, podía decir lo que ahora digo sin la menor duda: la única diferencia entre mi hermana y yo es que yo nunca me topé con un asesino? La única diferencia entre ella y tú.”[3]


El texto toca muchos temas dolorosos pero importantes de tratar, ya sea la cuestión del duelo, la dificultad en el proceso judicial para exigir justicia, la situación de violencia feminicida en el país, la tradición de las memorias de duelo y testimonio. Es una lectura difícil de digerir, pero importante de abordar. Tristemente, la historia de Liliana es una entre miles. El libro es enorme recordatorio de porqué seguimos en la lucha. La autora nos presenta a Liliana, su hermana, exigiendo justicia para ella, y es sumamente valioso leer que por primera vez en treinta años ha podido imaginar la posibilidad de la justicia. Porque la merece, tanto Liliana como todas las mujeres cuya vida fue arrebatada, y en lo profundo de la lucha se encuentra latiente la esperanza de que algún día, en algún lugar, las cosas sean distintas.


“Somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas, y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que sólo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas.”[4]



Bibliografía

Rivera Garza, Cristina, El invencible verano de Liliana. México: Penguin Random House Grupo Editorial, 2021.


Notas [1] Rivera Garza, Cristina, El invencible verano de Liliana (México: Penguin Random House Grupo Editorial, 2021), p. 15 [2] Ibid., p. 41 [3] Ibid., p. 42 [4] Ibid., p. 17

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