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Foto del escritorFeluel Hernández

El neomexicanismo y la reinvención del mexicano después de la ruptura de un sueño

Ya van unos días desde que mi cabeza no consigue descansar ―al parecer― a causa de una simple pregunta: ¿qué seré saliendo de la carrera? A lo largo de los cinco años que he dedicado mi vida a la universidad, mis ideas no consiguen salir de mi cabeza. Claro que he creado proyectos asombrosos y realizado investigaciones que han ido despertando intereses en mí que no sabía que tenía, pero ¿a dónde me encamino? ¿Qué más hay allá afuera? Creo con firmeza que estas interrogantes han atormentado a más de uno y más si se encuentra al borde de acabar la carrera. En lo personal, creo que todo esto tiene que ver con mi propósito. Una vez, en una clase, un maestro mencionó que todo escritor realiza trabajos con una intención. Recuerdo bien escucharle decir que los escritos siguen y alimentan un objetivo mayor que va ligado al escritor. Algo así como una meta de vida que va relacionada con el propósito del mismo autor: ¿por qué escribir? ¿Para qué? Él terminó por decirnos que, de hecho, al momento de crear contenido escrito no importa del todo la obra o el público, pues al fin de cuentas, nosotros escribimos porque queremos. Lo que sí es esencial es la razón. No importa nada más que el por qué y ahora lo veo bien. A meses de acabar mi licenciatura en Letras, me doy cuenta de que en los últimos años mis intereses cambiaron un poco. Se inclinan más a un objetivo personal que si bien no se muestra de manera explícita en mis cuentos, novelas, ensayos o minificciones, siempre logra aparecer tarde o temprano.

Ahora bien, lo más difícil no ha sido darme cuenta de aquel objetivo meta, sino saberlo cómo llevar a cabo. Cuando uno escribe, no escribe para sí ―aunque a veces sí―, más bien, escribe para los demás. El escribir es una forma de comunicar, así como el hablar; cuando hablamos es porque queremos ser escuchados, porque necesitamos algo o por el simple hecho de conversar con alguien más. Al escribir pasa algo similar. Aunque es obvio que algunos escritores guardan sus escritos y los protegen con recelo, es cierto que la mayoría comparte lo que crea. Por lo tanto, al escribir también buscamos comunicar, expresar y lo más importante, actuar.

Recuerdo que el mismo maestro explicaba que cuando uno por fin se esclarece aquella meta y la fija, es importante dictar o enlistar las acciones que nos llevarán a cumplirlo. No se puede hacer nada si uno no actúa. Y de ahí parte mi primicia: el lugar que tengo yo en un mundo postmoderno como escritor y creador. Más importante aún: ¿qué hago yo para alcanzar o conservar ese lugar? Quiero pensar que comenzó al momento que abrí los ojos en ciertos temas y decidí que mi carrera estaría enfocada hacia un lado. Es cierto que cuando uno empieza a ver la situación del país y las diferentes problemáticas sociales que lo inundan, es casi imposible ignorarlos. Y de ahí partió mi objetivo de vida: un enfoque claro del mexicano. ¿Qué es el mexicano? ¿Qué nos hace mexicanos? Ese es otro camino que tal vez después explore, pero por ahora, hablo del mexicano como yo. Estudiante, escritor, chico, moreno y de clase media. Yo como creador, como artista y autor, ¿qué lugar tengo en una sociedad destruida? ¿Cuál es mi lugar en México atípico dónde las mujeres desaparecen? Donde el estudiar resulta cada vez más difícil y el trabajar ni se diga. ¿Cuál lugar ocupo en una sociedad que ha perdido de vista sus raíces y se ve manipulada por los hilos del capitalismo y las diversas influencias de países extranjeros? Donde se prefiere ignorar nuestra historia y se detesta nuestra tez. Para saberlo ―o al menos tratar de entenderlo― realizaré una breve descripción de lo que llevó a los creadores como a mí a conseguir un colapso mental y emocional al darnos cuenta de la realidad del país.

Así que dejó caer otra pregunta como: ¿dónde empieza el problema aquí? Si hacemos memoria, México, a lo largo de su historia ha sido tratado como subordinado, una tierra conquista con la necesidad de ser mandad. Al olvidarnos de la conquista y la masacre de nuestros pueblos, llegamos al modernismo, el siglo XX, dónde parecía que finalmente el país podría llegar a ser más allá de aquello que todos los demás países creían. Esto pasó con la venida de los intelectuales y su tarea no solo social y cultural, sino también intelectual. Una ruptura de 1) un México oprimido, 2) la burguesía de Europa, 3) el surgimiento a nuevas interrogantes y lo que llevó a 4) la “reconstrucción” de una nueva visión del país y del mexicano.

Si recordamos bien, antes de la modernidad, el mundo se caracterizó por ser un lugar repleto de cultura occidental, para ser más claro: una cultura eurocentrista. Desde la literatura hasta aquello cultural que se compartía en todas partes, introduciendo así una idea blanca de que los clásicos, los libros, la música y la cultura solo provenía de esta parte del mundo. Tras las guerras mundiales que abatieron a la sociedad, un hueco creó la necesidad de la búsqueda de nuevas formas, no solo de expresión, sino de creación. Ante la situación y una época gris, los intelectuales decidieron tomar las riendas para formar algo nuevo. Casi como si se hubiese partido de aquel movimiento juvenil sturm und drang, una rebeldía y euforia llenó las cabezas de los autores y artistas de la época. Dejando la idea de que el letrado e intelectual sería un hombrecillo blanco y burgués de sombrero alto de copa y monóculo, los escritores comenzaron a implantar la idea de que ahora todos podían llegar a serlo. Un sueño mecanista que afirmaba que la Revolución Industrial sería ese el cambio que necesitaban. La ciudad y la vida atareada se convertirían en el campo y las musas de muchos. Tomando como referencia la típica vida parisina de los intelectuales, los autores de Hispanoamérica comenzaron a crear y escribir en la ciudad donde todo parecía ir de acuerdo con el sueño modernista.

Pero todo sueño llega a su fin y la modernidad llegó a un declive cuando la tecnología y la industrialización no resultaron ser lo que la gente esperaba. Llegando así a una ruptura con la idea y el sueño de lo moderno, introduciendo de esta manera la postmodernidad. Una corriente encargada de desmantelar las “mentiras” que la modernidad había traído consigo. La que tomó la tarea de quitar las vendas de los ojos de las personas y se dieran cuenta de cómo se encontraba la sociedad. Resaltó la búsqueda de un propósito, la pérdida de nuestras raíces y, sobre todo, la obvia respuesta del capitalismo sobre el nuevo mercado que la globalización había traído consigo.

Tras las guerras y la devaluación de la moneda, la ruptura de un sueño que supuestamente resultaría ser milagroso y el golpe macizo de la cruda realidad, México se convenció a sí mismo que necesitaba salir de nuevo a flote. Una época gris, oscura y simple se avecinaba a los años 2000. Un mexicano que solo se entregaba al trabajo y las cadenas de las maquilas. Un intelectual dispuesto a hacer crítica si es que se le permitía. Artistas quienes no encontraban inspiración. Después de todo ¿qué seguía? La modernidad nos había fallado, aquel sueño guajiro y emocionante nos había dado la espalda. ¿Qué más había? Ante esta nueva problemática los artistas se unieron para re-visar lo que significaba ser mexicano después de todo. Después de la conquista, la industrialización, la discriminación, la subordinación, el trabajo y la postmodernidad. Un nuevo reenfoque o una nueva revisualización de nuestra historia porque la gente morena siempre ha estado ahí, México es prieto de corazón y las culturas indígenas siempre han sido parte de nuestro folclor y nuestras vidas. Pero todo eso ¿dónde había quedado? Después de un intento de un conocimiento parisino y el querer ganarles a los europeos en la carrera del intelectualismo. ¿Dónde habían dejado lo que nos hacía mexicanos? La respuesta fue simple: buscar el nuevo sentido del mexicano.

Después de todo lo que sucedió y los acontecimientos que nos marcaron como personas, ¿dónde estaba aquel sentido? ¿Qué éramos además de mestizos y una combinación de todo? Los aztecas tenían razón y al fin éramos parte de todo y todo era parte de nosotros, pero, aun así, ¿qué significaba esto? ¿Un nuevo mexicano? ¿Una nueva visión? ¿Hacia dónde? Hacia nosotros era obvio. De ahí partió la corriente que decidió tomar lo que teníamos, nuestras raíces e historia, elementos prehispánicos que llenaban de cultura y color las nuevas creaciones que empezaban a salir a la luz. El neomexicanismo brotó como una cura o medicina para la locura y el caos que los rastros de la modernidad habían dejado atrás al momento de marcharse. Lo extraño e inusual es que en aquel entonces no se le conocía a todo este movimiento por este término, sino que, el concepto fue ganando potencia e importancia en los últimos años. De esta manera se ha podido llegar a la conclusión de que varias obras, pinturas y esculturas de aquel entonces pueden ser agrupadas bajo el arte “neomexicano”. Muchos consideran que el movimiento solo fue una respuesta ―casi― inmediata a las fuerzas y los efectos que la globalización trajo consigo (Debroise, 2001). Toma elementos característicos del país, como la Virgen de Guadalupe u otros íconos de la cultura popular y los transforma en algo nuevo.

Se cree que el neomexicanismo parte del indigenismo y tal vez criollismo. Trata de abordar temas nacionalistas, pero sin idealizarlos, solo mostrando la “realidad” del mexicano. La identidad y la memoria terminó por ser un gran peso sobre el movimiento, por ello, las diferentes obras que se engloban en este nicho cuentan con todos estos elementos prehispánicos y son llevados a otro nivel artístico. Diferentes ilustradores muralistas y artistas, empezaron a tomar como base las raíces mexicanas y tratar de darle otro sentido a lo que ya se tenía, casi como una nueva unión con el pasado.

De esta forma, se puede decir que el neomexicanismo fue un arte reaccionario ante los acontecimientos que la globalidad trajo consigo como la introducción a nuevas tecnologías o incluso la llegada de diferentes empresas extranjeras que comenzaron a producir un impacto en la sociedad mexicana (Morales, 2019). Una especie de arte pop para y por los mexicanos que encasilla a sus personajes en situaciones comunes con varios elementos tomados de diferentes lugares.

Algo así como nosotros, el arte neomexicano terminó por ser una creación de todo el caos vivido en esos años. Algo que juntaba el pasado, nuestras historias, el presente, lo tecnológico, lo cotidiano y claro, el futuro. No solo un comienzo de un arte nuevo, sino un cierre a la historia de nuestro pasado. La razón por la cual el mexicano es cómo es, una respuesta a todo lo que ha vivido y pasado. Algo así como la reconciliación con aquellas heridas que dejó la conquista, el dolor del duelo y el olvido de nuestros orígenes, de la mano con algo interesante para crear lo que se cree es el futuro del país. Un mundo donde lo más normal puede convertirse en fantástico y la ruptura de un sueño puede formar otro nuevo con los fragmentos y pedazos del viejo. Entonces, ¿qué puedo decir? Nada es certero, pero esa reconciliación que el neomexicanismo trajo consigo, puede que sea la pieza faltante que encaja bien en el rompecabezas de la historia del país.



Referencias:

Debroise, O. (2001). Soñando en la pirámide. Curare.

Morales, K. (2019). México en la década de los ochenta: sus crisis económicas y su arte. https://idoc.pub/download/posmodernismo-y-neomexicanismo-gen58qwypxno

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