top of page

En tus paredes caminan cangrejos que buscan el mar

Foto del escritor: Feluel HernándezFeluel Hernández

Alguna vez llegué a escuchar por ahí que el humano se la pasa el sesenta por ciento de toda su vida extrañando, mientras que el ser se la pasa un ochenta y nueve por ciento haciéndolo. Por ahí dicen, que el espíritu, extraña más que la piel porque recuerda más. Quizá por eso te recuerdo acostado —sonriendo a mi lado—, una noche, porque siempre te recuerdo como noche y ojalá esa sea la razón por la cual me encanta tanto ese cuento de Nervo, porque se siente como tú. Porque la primera vez que te vi fue de noche y la primera vez que me pediste que fuera tu novio también lo era. Porque salíamos al Oxxo a altas horas de la madrugada y cenábamos tacos y hamburguesas solo en ocasiones que considerábamos importantes. Porque me di cuenta de que te amaba, una noche mirándote fijo a los ojos cuando creí que nada más importaba. Porque las noches siempre se sienten tan mágicas, caóticas, impredecibles y nostálgicas. Porque nos encantaba salir a explorar la colonia a oscuras, pensando así que la densa sábana hecha de brea —que se encontraba sobre nosotros— podría llegar a sofocar nuestras palabras. A robarlas, o a guardarlas. Porque al parecer de noche siempre éramos, siempre hablábamos o peleábamos hasta saber algo nuevo del otro. Cuando las luces de los coches parecían estrellas de mar y las paredes de tu departamento se cubrían de arena.


También te recuerdo riendo, aunque ahora no puedo pensar de qué. Sé que solías sonreír cuando estabas nervioso o te miraba por un momento fijo a los ojos. Porque no estabas acostumbrado a ello, pero ¿cómo no hacerlo? ¿Cómo no enamorarme de esa sonrisa y esos ojos? ¿Cómo no verlos o amarlos? Porque los noté desde que apareciste detrás de la pesada puerta color café al recibirme por primera vez, finalizando el mes de abril; hasta la última despedida de mí hacia ti, una semana cualquiera de marzo.


Acostados, juntos, la vida no parecía ser tan mala. Quizá por eso olvidaba las veces que me hacías sentir mal, o las veces cuando intenté escapar. ¿De qué? No lo sé, pero por alguna razón cuando estaba a tu lado me sentía en alerta, ansioso, como si tuviera que salir corriendo en cualquier segundo. Hasta la fecha desconozco la razón, no tenía la noción de no saber si quería correr por mi vida o para seguirte el ritmo. Siempre te dije que eras como el tabaco: me hacías sentir bien a ratos, pero después cuando recuperaba el sentido, me asqueaba por los rastros de sabor que permanecían en mi boca, en mis manos. Aunque no siempre fue así y todos los buenos momentos que teníamos juntos, ya sean pequeños o pasajeros, me recordaban lo fácil que olvidaba. Me recordaban lo bien que se siente sentir, amar. Esas buenas noches donde la playa en tus paredes se pintaba de anaranjado y dejabas de ser noche y te transformabas en atardecer. Escenas que guardo con recelo, planos que he pintado con acuarelas en mi cerebro. Esos que se vuelven lejanos y son adoptados por la nostalgia. Tal vez por eso te extraño o te echo de menos, aunque niegue que me gustes, así como me niego a querer al mar. Ese lugar de donde provengo, que me llama cuando me encuentro lejos y al que procuro poco cuando lo tengo cerca.


Me preguntaste una vez que por qué no escribía cuentos de amor y nunca pude darte una respuesta concreta. Ahora que estas lejos, me doy cuenta de que no escribo de lo que no conozco. Por ende, no escribo del amor porque no lo entiendo. Entiendo que te quería o que te amaba, así como entendía cuando la arena de las paredes del cuarto se opacaba. Lo entendí cuando empecé a ver a los pequeños cangrejos que caminaban de un lado a otro, tratando de encontrar el mar. Un mar que parecía estar lejos, del cual solo quedaban rastros de los sonidos de las olas colisionando contra la orilla. Así como se sentían mis emociones, chocando unas con otras, decidiendo por fin en sí odiarte o no, en sí estaba bien extrañarte o tenía que soltarte.


Ahora que no estás, extraño esas noches de contar cangrejos para saber la cifra de los besos que te iba a robar. Del sonido de las olas de mi mar encontrándose con las costas de tu arena. Noches donde comenzaba a enamorarme de la puesta de sol que acababa de descubrir y la cual se escondía sobre las líneas de expresión de tus ojos. Donde amaba la calidez de tus abrazos y el sabor de tus labios. Donde pensaba que éramos para siempre y se sentía como nunca. Noches en donde descubrí lo que era amar y las cuales mi alma extraña cada día, cada vez que ve a la luna. Noches donde tú eras noche que después se volvía atardecer, es decir, un recuerdo que sin darnos cuenta se volvía nostalgia.


Ahora odio, pero no sé bien si a ti o a mí. Sigo descubriendo cosas nuevas incluso meses después de dejarnos de hablar. A veces pienso en ti, pero se me hace egoísta porque cuando vienes a mi mente, lo primero que pienso es en quererte encerrar en ella para siempre. Las dudas no me dejan nunca, tú bien sabías eso. Siempre te comenté que me explicaras todo con certeza, hasta el más mínimo detalle porque si no lo hacías, bueno, mi cerebro se encargaba de llenar esos huequitos que tus palabras dejaban atrás. Ahora no hay nadie que llene esos huecos, pero tampoco quien los deje y no sé si es bueno o malo. Solo sé que sucede. Sé que es extraño o raro. Raro que no tenga quien me acompañe al puesto de tacos por la madrugada o con quien enterrarme entre la arena para alejarme del bullicio de la ciudad.


Ahora extraño los cangrejos, porque desde la última vez que estuve en tu departamento, no los he visto. En mis paredes nunca hubo playas, mi cuarto jamás se llenó de arena. Por eso, ellos nunca consideraron visitarme, prefirieron quedarse contigo. Y ¿quién los culpa? Me pregunto si aún siguen buscando el camino hacia el mar, hacia el agua. Hacia mí. Me pregunto si tu habitación sigue siendo atardecer o regresó a ser noche. Y si alguna vez alguien más notara los castillos de arena que hacía durante la madrugada, cuando tu dormías y yo no lograba callar a mi cabeza. Me gustaría pensar que poco a poco los vas descubriendo, castillos olvidados donde los cangrejos ni siquiera se animan a entrar. Partes de mí que decidí regalarte, que dejé atrás. Partes que espero te hagan compañía cuando pienses en mí, en el mar, en la arena, en las noches y la playa. Espero que aún lo recuerdes, que recuerdes las veces que tus paredes dejaron de ser paredes y se convertían en costa. Porque ten por seguro que yo sí, las extraño todos los días, las busco, las trato de encontrar, pero por aquí no parece haber nada ya de eso. Espero cuides bien de los cangrejos, mis amigos, con quien solía hablar cuando parecía que nadie más escuchaba. Espero que cuides esos pedazos de mí que ya nunca pude recuperar, aquellos que olvidé, tal vez a propósito, para que por las mañanas al menos despertaras con mi nombre en tus labios.

7 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Commentaires

Noté 0 étoile sur 5.
Pas encore de note

Ajouter une note
bottom of page