Con la pregunta por el origen del hombre y su “destino” en el mundo, la tarea del filósofo no solo se vio comprometida a seguir en la búsqueda de respuestas ante los problemas existenciales que siempre han estado presentes en el ser humano, sino que también se han desarrollado diversas reflexiones, de índole filosófica como metafórica, en torno a lo que es la vida. Es por eso que en este ensayo he decidido retomarla apoyándome, por un lado, del filósofo español Miguel de Unamuno y, por el otro, del conocido filósofo alemán Friedrich Nietzsche.
Para Unamuno, la filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida. Lo que pocas veces se llega a preguntar la filosofía, es acerca de las cuestiones de índole espiritual, que muchas veces se relaciona con la metafísica, de modo que pensadores como Russell, Quine e incluso Kant, no legitiman este tipo de intuiciones, considerándolas poco valiosas para poder hablar acerca del mundo.
Este desprestigio que a lo largo de los años se le ha dado a lo espiritual y también a lo afectivo, ha hecho que Unamuno se pregunte tanto por el verdadero carácter que tiene la filosofía en el hombre, como lo que significa ser hombre en general; como bien nos lo dice en las primeras páginas de su texto Del sentimiento trágico de la vida, “el hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental”.[1]
Y es que respondiendo a los anhelos psíquicos y físicos del ser humano, nos encontramos con aquel arraigo de esperanza hacia el futuro, como si un destino o un propósito nos acogiera. El yo surgido de la terminología fichteana, se torna en un yo que responde tanto a lo físico como a lo psíquico, conformando a este hombre que no es solamente conocimiento, sino que busca legitimar la existencia de Dios no para resolver sus problemas cotidianos, sino para poder plantearse la idea de espiritualidad más adelante, porque la cuestión de lo divino y lo inmortal del alma surgen de la misma incertidumbre que inunda al hombre desde sus primeras impresiones acerca del mundo.
Con el positivismo, según Unamuno, se hace un género de análisis donde los hechos se “pulverizan”, y es con esto que la pregunta por el yo queda olvidada –la parte espiritual también llega a perderse–, así, siguiendo más de cerca con él, “en cada momento de nuestra vida tenemos un propósito, y a él conspira la sinergia de nuestras acciones”.[2]
Le buscamos un propósito a nuestra vida que parece ser respondido por las ciencias exactas, pero el hecho de que sólo el hombre piense en términos abstractos, parece indicar a su vez, que sólo él posee a las matemáticas tanto como el querer demostrar que los hechos son universales y necesarios. La demostración de Dios en nuestros días sería casi inverosímil por medios matemáticos, ya que con el tiempo nos hemos alejado de ese camino metafísico y se ha optado por uno en donde no se involucren entes que no pueden ser comprobables u observables, por eso, cuando Russell y todos los positivistas lógicos de su tiempo desmienten a Dios por medio del camino de la no existencia, nos resulta complicado entender que los hechos no observables no pueden no existir y simplemente no ser.
No hemos llegado a ese momento con los sentimientos ni con las pasiones, sabemos que existen porque las sentimos, entonces, ¿podemos decir que ese sentir no es acaso de índole espiritual? Cuando algo nos afecta, significa que despierta en nosotros algún sentido –por más simple que parezca– de ahí que surja después la fenomenología preguntándose por las impresiones que genera el mundo en nuestra psique, queriendo responder a un sentido primario que vive implantado dentro del ser humano.
El sentir no puede no ser, tanto como lo espiritual que es fundamento y sentido de nuestra existencia, por lo tanto, lo que Unamuno nos expresa con claridad es que el sentido que le damos a nuestra vida depende por completo de cómo nos sintamos respecto a ella, pensar por el hecho de pensar mismo resulta ingenuo, una mentira.
Lo que somos hoy proviene de una serie continua de estados de conciencia, lo que significa que en cada memoria humana se poseen las bases para una personalidad individual; Nietzsche también se involucrará con los estados de la conciencia del hombre, nos dirá que la memoria –a diferencia de Unamuno– es una manera de atacar al hombre para que actúe en favor de un principio que no tiene que ver consigo mismo.
Aquí la tesis que persigue Unamuno es demostrar que “la vida espiritual es el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, […] el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse porvenir”.[3] Y, por su parte, Nietzsche nos dirá que “vivir de tal modo que ya no tenga sentido vivir, eso es lo que ahora se convierte en el <<sentido>> de la vida…”[4] Desde este pensamiento que muchos interpretarían como pesimista, el filósofo alemán nos está diciendo que el nuevo sentido que se le ha dado a la vida es de un sin sentido.
Tanto para Unamuno como para Nietzsche, la vida y el sentido son igual de necesarias, siempre están acompañadas la una de la otra. El sentido surge de una necesidad espiritual y sería ingenuo pensar que, pese a que Nietzsche no se conforma con la religión católica, la espiritualidad no se encuentra en el fondo de sus escritos; al estar influenciado por el budismo, supo manifestar bien la línea de pensamiento a la que se iba a apegar, y a la cual le iba a poner un sello distintivo, donde no es simplemente el elemento dionisíaco el que domina su filosofía, sino que también desde lo apolíneo podemos ver cómo empieza a construir una nueva forma de entender su espiritualidad por medio de la filosofía.
Unamuno y Nietzsche no exaltan la filosofía como este sistema de métodos para poder definir las ciencias, comprenden que ésta ha tomado el lado abstracto, pero también cerrado hacia las otras aristas que nos ofrece el pensamiento occidental.
El filósofo español nos plantea la despersonalización del cogito ergo sum[5] de Descartes y lo que implicaría poder acceder hasta este pensamiento en su sentido más puro. En el fondo, cada uno defiende su postura y solo es posible aceptar los cambios en el modo de pensar o de sentir en cuanto este cambio entre en la unidad del espíritu. Para él, es importante que el individuo se pueda encontrar en sí mismo y acepte la realidad de sus propias afecciones que van de la mano con la razón. En Unamuno, el sentimiento de inmortalidad, o, de hecho, la incertidumbre de la existencia de la inmortalidad es, nos dirá, lo que va guiando a todo hombre en su propia unidad individual; que la filosofía deje de lado a la metafísica por el mundo matemático explica también la necesidad de poder acceder a ese mundo abstracto que parece lejano a nosotros. Lo que nos quiere transmitir el autor es que, en el uso de la memoria y la conciencia para el hombre, la muerte nunca pasa desapercibida –como se podría creer del animal–, la misma conciencia estará huyendo de su propia aniquilación, perspectiva que Nietzsche no nos propone. En lo que sí podemos comparar a Unamuno con el filósofo alemán, es acerca del sentimiento trágico de la vida, el cual le da nombre a su texto y que bien puede relacionar a este hombre como un animal enfermo, Nietzsche nos lo hace saber en Así habló Zaratustra, donde se puede ver el ejemplo más claro, ya que es la conciencia donde reside la enfermedad.
Pareciera que ambos autores nos están planteando la hipótesis del querer conocer, y a la vez no, la vida misma donde reside el problema y sufrimiento del hombre. Ambos podrían interpretar, a su manera, la vida por sí misma como el recinto donde los hombres se encuentran, pero ninguno le presta suficiente atención por estar atado a su psique. Esta misma psique será la que los convencerá de perseguir la inmortalidad, ya sea por la vía metafísica o la racional, pero, ¿podemos decir que el sentimiento de inmortalidad es abstracto y también pertenece al mundo de las ideas de la misma forma que lo hacen las matemáticas? ¿No hemos intentado resolver la cuestión de la finitud por medio del conocimiento?
¿No es acaso Heidegger en Ser y Tiempo quien propone conducir nuestras mismas acciones hacia lo único que tenemos por seguro, que es la muerte? Es lo que nos permite continuar aquí y aceptar que la vida es una acción prolongada llena de conciencia, si lo decimos como Unamuno.
Sin embargo, ¿de qué es lo que padece el hombre? De su conciencia, Unamuno nos dice, y también a su modo Nietzsche: “[…] ¿Quién es el único que tiene motivos para evadirse, mediante una mentira, de la realidad? El que sufre de ella.”[6]
El problema metafísico que arraiga en su interior la vida, siempre ha sido acerca de nuestra mortalidad, en medio de todo aquello nos hemos puesto propósitos rudimentarios; desarrollamos el pensamiento y la reflexión en la filosofía para intentar darnos respuestas del por qué estamos aquí y si merecemos estarlo, mientras tanto, el único consuelo que poseemos es sabernos vivos.
[1] De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida., pp 1-10. [2] Ibid., p. 10-19. [3] Ibid., p.15. [4] Nietzsche, Friedrich. El Anticristo., p. 94. [5] Es decir, “pienso, luego existo”. [6] Nietzsche, Friedrich. El Anticristo, p. 51.
Bibliografía:
De Unamuno, Miguel. Del sentimiento trágico de la vida. Tomado de: http://www.ataun.eus/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Miguel%20de%20Unamuno/Del%20sentimiento%20tr%C3%A1gico%20de%20la%20vida.pdf el 05 de mayo de 2020.
Nietzsche, Friedrich. El Anticristo. Alianza: 1973.
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