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Foto del escritorBrenda Mortara

I´M DONE WITH YOUTH

“Si los elegidos de los dioses mueren jóvenes,

¿qué hacer con el resto de la vida?

La vejez es un abismo

ya que la juventud es la cima”.

- Wislawa Szymborska

Según el INEGI, la esperanza de vida ha cambiado considerablemente desde 1930. Si antes vivíamos hasta los treinta años estaba bien, ahora estamos llegando a rozar los setenta y hay gente que supera ese promedio: mi abuela acaba de cumplir ochenta y uno en febrero, mi abuelo se murió dos meses después de cumplir los noventa años, con algo de pesar diré que su sueño era seguir vivo por muchos más años, pero su cuerpo y su enfermedad ya no le permitieron seguirlo haciendo.

Es una de las pocas personas que he conocido que miraba el abismo de la vejez como un reto que debía de ser superado, como algo que podía ganarse porque merecía ganárselo, después de tantos años trabajando y tantos sucesos personales, lo merecía.

Cuando hablaba con él solo un par de pensamientos cruzaban mi mente: no quiero vivir tanto y no creo llegar a vivir tanto.

El primer pensamiento creo que está sustentado mayormente en esta creencia que cuando se acaban los veintes se acaba la mejor etapa de tu vida, los treintas son para asentarse y estar con alguien, casarse, tener hijos y construir un hogar; este pensamiento tradicional si le llamamos así, ha existido en mi mente desde que tengo memoria junto con el “termina la carrera”, “ten un trabajo estable”, ahora en mis recién cumplidos veinticinco -quizá también desde antes-, habita la pregunta ¿qué hacer cuando ya tengo todo eso? ¿Viajar? ¿Seguir aspirando a otros trabajos hasta crecer económicamente? Hay días donde mi imaginación no me lleva a ningún lado. Sí, el dinero te da cierta estabilidad y confort, pero ¿qué hacer después de eso? Cuando ya terminaste de pagar deudas, de pagar tu carro, de comprar una casa, comprar regalos y seguir ahorrando.

Pero, vuelvo al mismo punto de partida, si esto no se trata solamente del dinero sino de cómo invertir los años que me quedan después de los veinte, ¿entonces qué vamos a hacer? Si hemos decidido socialmente congelar y priorizar a los veinte como la cúspide de nuestro mundo ¿qué pasa después de eso?

Guillermo del Toro, el cineasta mexicano dice que los veinte, o más bien, “los jóvenes estamos en la edad exacta de la desesperación. Yo nunca me sentí más acabado y viejo que a los veintitantos. Decía ‘ya me pasó la vida y no hice nada’. Pero estoy aquí para decirles que no: tienen un chingo de tiempo. El otro valor que tienen es la rabia de hacer cosas: ¡háganlas! Son dos recursos vitales para tener".

Le hemos dado esta carga a los veintitantos que cuando estamos al borde de los veintinueve y los treinta sentimos que no hemos hecho nada, que no hemos logrado conquistar nada. Hemos conquistado la vida, ¿por qué será que eso ya no es suficiente para nadie?

Nuestros trabajos nos absorben, las preocupaciones cotidianas también. A veces me concentro demasiado en pensar que, si algún día dejo de preocuparme por gastar en lo que normalmente gasto, en dejar de sentirme atraída por objetos bonitos, ¿qué me quedaría? Creo que estaría muy sola, mentalmente hablando, ¿qué nueva deuda o problema aquejaría a mi mente? ¿Qué obstáculo o meta debo de ganar antes de que se acaben mis veinte?

¿Debería ir más a fiestas? Listo.

¿Debería construir una vida más sociable? Listo.

¿Debería encontrar ya al amor de vida? En pausa.

¿Y si no lo encuentro a tiempo y me vuelvo una señora de treinta años?

¿Y si sigo viviendo con mis padres hasta que cumpla treinta años?

¿En qué me convierte eso? ¿En una fracasada sin causa? ¿Debería tener sueños más grandes, de esos que te dicen hasta los comerciales que salgas a comerte al mundo?

Quizá lo que quiero decir con tantas preguntas, es que justamente como del Toro dice, estamos en la etapa de la desesperación, lo que sigue es pensar en qué haremos con ella. Tener ideas tradicionales sobre casarte, trabajar y tener hijos está bien, no lo critico, lo que me critico y reprocho todos los días es no tener más ideas que esas, ideas preconcebidas por otro ser humano sobre lo que debería llenarme en la vida. Si voy a estar en esta Tierra hasta que cumpla ochenta años quiero más, me merezco más.

No estoy viviendo para otros -o tal vez sí-, pero igualmente quisiera estar viviendo para mí.

Si quiero empezar a pintar a los setenta años, espero hacerlo sin vergüenza ni pena, todos merecemos vivir de la forma en que nos plazca. Si a los cincuenta años me siento lista para iniciar una maestría, que así sea, si a los cuarenta quiero aprender a hablar ruso lo voy a hacer.

La edad no es una limitante, nuestros prejuicios sí.



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