Dispongámonos a dialogar ustedes y yo, estimada lectora y estimado lector. Como en todo diálogo, comencemos por plantear una pregunta en común: ¿Encuentran una diferencia tajante y absoluta entre ustedes dos, o quizá, por el contrario, se halla una semejanzacasi total? ¿Cómo podríamos determinar esto? ¿Tendría sentido intentar hacerlo desde los aspectos contingentes de la apariencia y el accidente? ¿Acaso no es cierto que a ambos los llegan a atribular las mismas preguntas profundas y radicales de la realidad misma: qué somos, qué debemos hacer aquí, por qué existimos, qué sentido tiene ser algo? De ser así, me parece que la literatura, permítasenos decir, las letras, -en tanto que medio para intentar dar respuesta a esos cuestionamientos-, puede ser un horizonte sumamente fecundo para disolver las aparentes fronteras irresolubles que separan al uno del otro, un horizonte en el cual la diferencia sirve para mostrar la semejanza, en donde convergen el tú y el yo, la lectora y el lector, la mujer y el hombre. Pero no con el fin de amalgamarlos, sino más bien con el objeto de eliminar la violencia, trascender el dolor, dejar atrás el miedo; mirarse el uno en el otro, como si se tratase de un espejo, y mostrar con ello que ambos merecen siempre y en todo momento los mismos derechos, las mismas bendiciones y oportunidades que la vida puede otorgar; mostrar que ambos, al final de cuentas, son y serán siempre por igual seres humanos, ni más, ni menos.
Dispongámonos a dialogar, pues, partiendo de un horizonte literario, pero precisemos éste aún más. Si bien la historia ha tendido a opacar y ensombrecer la figura de la mujer en el ámbito de las letras, es innegable la presencia de autoras eminentes que nos permiten observar la condición humana en su máximo esplendor, cabe decir, con todas sus virtudes y sus horrores. Desde Safo de Lesbos hasta Mary Shelley, pasando por Sor Juana Inés de la Cruz hasta llegar a Hannah Arendt, entre muchas otras, el cósmico mar de la experiencia de la existencia humana ha sido expresado y estudiado por grandes mujeres a través de las letras. Aquí hablaremos de una autora particular, una que, aunque en veces es neciamente tachada por pseudo-intelectuales de escribir literatura «fácil» (cuando menos yo lo he escuchado) -término vago y además infecundo-, a través de sus historias le ha legado a la literatura del siglo XXI, particularmente en el rubro de relatos de magia y fantasía, un riquísimo campo imaginario con el cual poder explorar nuestra manera de habitar el mundo, y con ello, otro claro ejemplo de que el ámbito de las letras no es para nada un espacio limitado a la figura masculina.
Joanne Rowling, mejor conocida como J. K. Rowling, sufría depresión clínica, había perdido a su madre a los veinticinco años, la relación con su padre nunca fue muy buena y se encontraba en una situación de ahogo económico cuando, en un viaje en tren hacia Manchester, imaginó la historia de un niño huérfano que, sin saberlo, es mago y está destinado a cambiar un mundo fantástico. Lejos, pues, de ser una historia «vacua», el relato de Harry Potter posee profundas connotaciones vitales y existenciales. Por ejemplo, en una entrevista con Oprah Winfrey, Rowling menciona que “al menos la mitad del viaje de Harry es un viaje que lidia con la muerte en sus muchas formas, lo que hace con los vivos, lo que significa morir, lo que sobrevive a la muerte”,[1] e incluso al final la autora dice: “debo escribir; por mi propia salud mental, necesito escribir”.[2] Devastada por la muerte de su madre, Rowling comienza a redactar la aventura del niño mago, y es de hecho sin dicha muerte que “los libros no serían lo que son; su muerte está virtualmente en todas las páginas”.[3]
Ya desde aquí se nos antoja una amplia gama de ideas por las cuales discurrir en este ensayo, pero lo que nos interesa es decir, aunque tal vez de manera somera, cómo de una o de otra forma la historia de Rowling es un diáfano cristal a través del cual el ámbito literario nos puede mostrar que en el nivel más profundo y radical del hombre y la mujer las diferencias se disuelven. Y es que, si bien algunas condiciones, digámoslo así, «ónticas» que ambos pueden sufrir por separado ciertamente llegan a ser opuestas injustificadamente, hecho triste, frustrante y desolador que con la lucha de las mujeres poco a poco comienza a transformarse, sin embargo las condiciones «ontológicas» en realidad no lo son, y quizá sea esto lo que hemos de recordar, una posible ramificación del olvido del ser del que Heidegger hablaba: en el ser originario de ambos, mujer y hombre, se desvanecen las diferencias, hay unidad.
Madre soltera, Rowling solía trabajar como secretaria y por las tardes escribía en una cafetería el relato que la llevaría a la fama mundial. El primer libro de la serie fue rechazado por editoriales no pocas veces y, por si fuera poco, al momento de publicar Harry Potter Rowling tuvo que elegir ese nombre de autora -J. K. Rowling, agregada la «K»-, para dar la impresión de ser hombre, puesto que el editor pensaba que sería “un libro que le atraerá a los chicos, pero los chicos no querían saber que había sido escrito por una mujer”.[4]
Aquí, entonces, se nos comienza a des-velar la escritura como arma de liberación, la literatura como refugio vital. Porque si en las páginas de Harry Potter Rowling escribe sobre la muerte, el amor, la amistad, la inexistencia del blanco y el negro en contraposición a los infinitos matices de grises, el sacrificio propio y la pregunta por el qué debo hacer, es porque Rowling se lo pregunta a sí misma, porque busca entenderlo y, con ello, liberar un poco a su alma del peso de la existencia que todos podemos llegar a sentir. Porque si en la saga hay mujeres extraordinarias y geniales, fuertes, inteligentes y valientes, es porque en realidad lejos de las diferentes capacidades biológicas y fisiológicas, en su más profunda condición humana no hay potencias que verdaderamente separen a la mujer y al hombre: en su sentido más radical, ambos pueden sufrir las mismas dudas, las mismas desesperanzas y los mismos miedos, el mismo deseo y la misma pasión; ambos poseen la misma fuerza, ambos tienen el mismo valor. La autora expresa lo que en la esencia de cualquier ser humano podemos llegar a encontrar, y lo expresa, además, en su propia figura, en su propio desenvolvimiento como escritora, al jugar bajo las necias «reglas» sexistas de una industria y mostrar que las puede romper, mostrar que en realidad no existen más que en el prejuicio de una estructura social que en su devenir histórico cada vez se resquebraja más y más.
Allende los juicios intelectualoides que buscan reducirla a mera escritura vacua, e incluso más allá de las cifras estratosféricas de lectores que se han enamorado de ella, la historia de Harry Potter resulta reflejo de una escritora que halla un lugar en donde su voz puede ser escuchada, en donde las respuestas que ella misma le da a sus propias preocupaciones pueden hacer eco en los oídos de los demás y establecer un diálogo que permite reflexionar en torno al puesto del ser humano en el cosmos. Joanne Rowling, a través de la magia y el universo deHarry Potter, se hace las mismas grandes preguntas que todos nos hacemos, y da pie a la eliminación de los prejuicios y los paradigmas negativos que algunos, lamentablemente quizá sean muchos, tienen aún sobre el papel de la mujer en la literatura y, por extensión, en cualquier otro campo de actividades humanas.
Podría decírseme, quizá, que en mi posición de varón no debería discurrir sobre el tema, puesto que no puedo comprender realmente la situación vital de las mujeres, las circunstancias que viven día con día, los temores y los terrores que pueden experimentar en un mundo roto y desgarrado por un sistema ciertamente patriarcal. En efecto: no puedo llegar a comprender cabalmente nada de eso. Pero puedo intentar hacerlo; puedo intentar mirar el mundo a través de la visión femenina del mismo para tratar de entenderlas a ellas, y así ampliar el horizonte de mi realidad y de mi desenvolvimiento como individuo. Y la literatura es, de hecho, un extraordinario instrumento para hacerlo: tratar de observar la experiencia mística desde los ojos de Margarita Porete, intentar abordar la política desde los pensamientos de Simone de Beauvoir, buscar acercarme a las grandes preguntas que me hago sobre la existencia por medio de la prosa de Joanne Rowling.
Puedo hacerlo, pero además me parece que debo hacerlo, por cuanto debo intentar entender la perspectiva que cada quien tiene acerca de la realidad, ya para entender al otro y comprenderlo -en el sentido más amplio del término-, ya para entenderme y comprenderme a mí mismo, dilatar mi mundo, conocer más el kosmos en el que todos nos encontramos y acercarme un poco más a esa eudaimonia que tanto buscamos. ¿Acaso no es esa la tarea más esencial de la filosofía? ¿Acaso no es el ejercicio de diá-logo, de dia-noein, de donde brota el mismo ser humano? ¿Acaso no es ésta la vía más diáfana que alguna vez tendremos para intentar llegar a realizar los proyectos que como humanidad nos propongamos?
Joanne Rowling nos muestra una vez más, a través de su figura y de la historia de Harry Potter, que en la ficción y en la realidad la mujer no es ni más ni menos que el hombre; que vistos bajo su condición más profunda y originaria, resultan ambos en una igualdad pura y que, en ese sentido, uno y otro merecen siempre lo mismo. Siendo este el caso, realmente ¿qué tanto separarían a la mujer y al hombre las diferencias que pudiésemos llegar a encontrar entre ambos? Como siempre, la respuesta es, al final, la pregunta misma, la apertura a la posibilidad, la subversión, el cuestionamiento, la epoché; en fin, una vez más, el diálogo.
Referencia
HarryPotterAdmirer. “Oprah and JK. Rowling in Scotland”. Video de YouTube, 41:57. Publicado el 8 de febrero de 2015.https://www.youtube.com/watch?v=gTotbiUjLxw
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