Buena Vista era el nombre de un hermoso lugar con paisajes de ensueño. Sus pobladores eran gente muy singular y la mayoría de ellos se dedicaban a la siembra. Tenían una escuela, una plaza y eran conocidos por tener una maravillosa feria que durante los fines de semana y en las vacaciones se mantenía repleta de una hermosa muchedumbre que disfrutaba gustosa de las atracciones. Los domingos eran sin duda un día muy especial, porque en la plaza se reunían muchos niños para escuchar las maravillosas historias de boca del Tío Pancho, quien era uno de los primeros habitantes de aquel pueblo y muy querido por todos.
Fue así como otro domingo llegó y los niños como de costumbre fueron en busca de Pancho quién los esperaba como siempre para complacerlos con sus increíbles historias, regalo de su abuelo Tatá, quien se las contaba cuando era chiquito y de eso habían pasado ya unas cuantas lunas.
El anciano entonces empezó a narrar su relato: una cálida noche un niño sensible y muy especial llamado Juan miraba hacia el cielo lleno de estrellas, de hecho, lo contemplaba con afán porque insistía en que ellas, las lucecitas del firmamento le sonreían. En la escuela cuando él mencionaba esas cosas, recibía de inmediato las burlas crueles de algunos de los otros niños, gritando a coro en tono hostil: ¡Mentira! las estrellas no sonríen, eso es imposible. Sin embargo y bien plantado, Juan no les hacía caso, insistiendo en su particular teoría. Explicando que sí, que sí se sonreían, pero sólo con él, porque él las admiraba con devoción y ellas en agradecimiento lo hacían.
Otro día, Juan volvió a casa llorando, pues los chicos de la escuela no sólo le habían llamado mentiroso, sino que también lo habían retado a ir a ver esa noche el cielo y las estrellas, para que entendiera que ellas no ríen. En ese momento su mamá, ya preocupada de que algo pudiese ocurrirle a su hijo, le pidió que no saliera, pues no era necesario demostrarle a nadie lo que él creía. Aunque para ella, lo que pasaba con Juan es que era un niño muy soñador, quien a menudo se perdía en sus pensamientos. A pesar de eso, Juan no le hizo caso y salió de la casa. Iba llorando, cuando a pocos metros, se encontró con un hombre envuelto en una especie de resplandor brillante que lo encegueció un poco al principio, llamando su atención y preguntando por qué lloraba, llamándolo por su nombre, lo que al niño le sorprendió y ante la insistencia de Juan acerca de ¿cómo sabía quién era? y ¿cuál era su nombre? aquel hombre luminoso le indicó que lo conocía desde siempre. Juan, olvidando que no debía de hablar con extraños y mucho menos estar fuera de casa, desobedeciendo a su mamá le contó a su particular interlocutor que le gustaban muchísimo las estrellas, le parecían hermosas, y que siempre las miraba antes de ir a dormir, teniendo la impresión de que ellas le sonreían. Sin embargo, dijo Juan con un dejo de tristeza nuevamente en su voz “cuando les digo esto a mis compañeros, no me creen y me llaman mentiroso.” Luego de un silencio que pareció eterno, el hombre le pidió que dejara de llorar, ya que aquellas cosas increíbles no eran para todos. Juan, empezó a sentirse al fin más tranquilo al tiempo que la imagen de aquel hombre se iba haciendo cada vez menos visible, el niño escuchó que le decía que dones como la imaginación eran un regalo excelso, invitándolo a seguir creyendo que las estrellas le sonreían, pues era cierto, pero únicamente a aquellos que, como él, las admiraban y les pedían deseos. Se despidieron, ya sólo había un pequeño resplandor frente a la carita de Juan, la voz cada vez más lejana le pidió que si necesitaba ayuda, sonriera como lo hacen las lucecitas de la noche.
Juan regresó a casa, a los brazos de su mamá, quién aliviada lloró en silencio. Juan, fue a la escuela como todos los días y pidió a sus compañeros creer más, dejar florecer la ilusión, pues no solo las estrellas pueden sonreír si no los corazones también; con lo que los niños en ese momento comprendieron lo hermoso que es tener una ilusión. El Tío Pancho dio fin a su hermosa historia. Los niños se marcharon con el anhelo de ver sonreír a las estrellas y Pancho una vez más les hizo imaginar que lo más increíble puede hacerse realidad tan sólo con desearlo de todo corazón.
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