Horacio Quiroga es considerado uno de los grandes maestros del relato corto en español, con obras como La gallina degollada, El almohadón de plumas y Más allá, mostró un lado no amable de la vida donde la muerte, la tristeza y la tragedia actúan como protagonistas.
Nació en Uruguay el 31 de diciembre de 1878, pocos meses después presenciaría el primer acto que marcaría su tragedia, el 14 de marzo de 1879 su padre, Prudencio Quiroga, murió al dispararse accidentalmente con una escopeta que llevaba en la mano. Horacio fue bautizado recién unos 3 meses después. En 1891, su madre, Pastora Forteza, contrajo nupcias con Mario Barcos, el cual se ganó el cariño de Horacio y tomó el papel de padre hasta 1896 cuando sufrió un derrame cerebral que lo dejó semiparalizado y mudo. Barco se suicidó disparándose en la boca con una escopeta manejada con los pies, justo cuando Horacio entraba en la habitación.
En la capital de su país natal culminó la secundaria, durante su juventud el autor evidenció su interés por la vida en el campo, la fotografía, y la literatura. Tuvo un amor imposible y escribió Las sacrificadas y Una estación de amor. En 1899 decide fundar en su pueblo natal la Revista de Salto, pero ésta es un fracaso por lo que decide emprender un viaje a París en 1900 con la herencia de su padre, ahí conoció a Rubén Darío; hay una anécdota interesante de este viaje, inició lleno de pompa y felicidad, pero terminó siendo todo lo contrario, regresó unos meses después en condiciones desfavorables y luciendo una espesa barba negra que lo caracterizaría, tras este viaje plasmó sus recuerdos en Diario de viaje a París y fundó el Consistorio del Gay Saber.
Podemos decir que 1901 fue un año fatídico para Quiroga. Publicó su primer libro de poesía, Los arrecifes de coral, poco tiempo después sus hermanos Prudencio y Pastora murieron por fiebre tifoidea en Argentina; como si eso no fuera poco, su amigo Federico Ferrando, quien había recibido malas críticas del periodista montevideano Germán Papini Zas, comunicó a Quiroga que deseaba batirse a duelo con aquél. Horacio, se ofreció a revisar y limpiar el revólver que iba a ser utilizado en la disputa. Mientras inspeccionaba el arma, se le escapó un tiro que impactó en la boca de Federico, matándolo instantáneamente, por lo cual Horacio fue detenido y finalmente puesto en libertad tras comprobarse el accidente. Tras el accidente, Quiroga decidió disolver el Consistorio e irse a Argentina.
En 1908 decide marcharse a la selva donde vivió con su esposa, Ana María Cires, quien fue una de sus alumnas y a quien le dedicó su primera novela Historia de un amor turbio. Tuvieron una hija y un hijo, pero en 1915, María cayó en una profunda depresión que la llevó a ingerir un sublimado empleado en el revelado fotográfico, que le provocó una agonía de ocho días en que fue atendida por Horacio. Quiroga se trasladó con sus hijos a Buenos Aires, donde recibió un cargo de secretario contador en el Consulado General uruguayo en esa ciudad, tras arduas gestiones de unos amigos orientales que deseaban ayudarlo.
A lo largo del año 1917 vivió junto con sus hijos en un sótano alternando sus labores diplomáticas con la instalación de un taller en su vivienda y el trabajo en muchos relatos, que iban siendo publicados en prestigiosas revistas. Ese mismo año, Quiroga compiló varios de sus cuentos en un libro, dando lugar a Cuentos de amor de locura y de muerte.
Al año siguiente se estableció en un pequeño departamento, al tiempo que apareció su celebrado Cuentos de la selva inspirado en los años en que vivió junto con su familia alejados de la ciudad, Quiroga dedicó este libro a sus hijos, que lo acompañaron durante ese período de pobreza en el húmedo sótano. Ya en 1927 publicó Los desterrados y se enamoró una vez más de una joven llamada María Elena Bravo con quien se casó y tuvo una hija, el matrimonio duró poco tiempo.
Se dice que los escritores románticos están condenados a una vida precaria, Quiroga no fue la excepción pues nunca mostró lujo ni opulencia, al igual que sus personajes, en 1929 publicó su crónica Un recuerdo donde habla de la auténtica pobreza de sus personajes, que al parecer mostraban la suya propia, a lo que menciona que “no respiran, por lo general, vida opulenta, y muchos de ellos, los de ambiente desértico, no han conocido otra cosa que la lucha enérgica contra los elementos de la pobreza” a lo que añadió “[…]mis manos han conocido tareas más duras e ingratas que la de sostener la pluma, y no he pasado los años al vaivén de una hamaca”. Una característica de Quiroga es que no mendigaba fama ni fortuna como mencionó alguna vez Ezequiel Martínez Estrada, aun así, sus escritos fueron reconocidos y publicados en diversos periódicos. Algunos de sus libros de cuentos, lo convirtieron en un enorme éxito y lo consolidó como maestro del cuento latinoamericano.
Toda tragedia va acompañada de un final triste y funesto. Horacio Quiroga se enteró en 1937 que padecía cáncer de estómago, ante el diagnóstico y a pesar de los cuidados de su esposa y su hija, decidió beber cianuro y así es como acabó la vida de uno de los mejores escritores que América Latina ha tenido.
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