Mi primer acercamiento con el término de cotidianidad fue al leer a Todorov y su “Teoría de lo Fantástico”. En ésta, el autor expone una tesis dentro de ciertos tipos de textos ―en este caso cuentos— que se conforma de dos ideas que se confrontan entre sí: un acontecimiento que no puede explicarse por las leyes naturales del mundo familiar y la idea de inmersión de este mundo familiar que hace creer al lector que las reglas deben de respetarse. Aunque, más bien se puede explicar como una confrontación de lo sobrenatural y lo real dentro de un mundo ordenado[1], es decir, un choque de la incertidumbre y lo estable, algo así como una irrupción más allá de lo natural dada dentro de nuestra vida cotidiana ―ya sea hablando de las leyes de nuestro mundo o el mundo que mismo autor propone dentro del cuento/texto―. Explicado en palabra simples, el lector se pone en un espacio ―nuestro mundo o el mundo creado― que es regido por ciertas reglas que establecen lo real o natural y que se ve abrumado por la llegada de algo que no obedece a dichas leyes.
Ahora bien, la duda aquí es, ¿por qué hablamos de lo fantástico si el término que nos importa aquí es el de la cotidianidad? Pues he aquí la respuesta: he tomado la postura de que uno no puede hablar de lo fantástico maravilloso sin mencionar el concepto de lo cotidiano, ergo, uno no puede presentar el elemento de la cotidianidad sin ensuciarse de manchas de lo fantástico. Así pues, he tenido que dar una pequeña introducción con Todorov para poder desglosar de mejor manera el término de lo cotidiano.
Por ejemplo, el escritor M. R. James explica que para poder crearse el efecto de lo fantástico «es necesario tener una puerta de salida para una explicación natural, pero […] esta puerta debe ser lo bastante estrecha como para que no pueda ser utilizada»[2]. Por lo tanto, “esa puerta” es el papel de lo cotidiano quien se encarga de encontrarle sentido al hecho extra-normal que se presenta.
Para poder entender mucho mejor el concepto de la cotidianidad es necesario brindarle una definición como tal. Roger Caillois lo define como «el orden conocido, […] el seno de la inalterable legalidad cotidiana»[3]. Según Francisco Achach, la cotidianidad hace referencia a todos los actos que hacemos en nuestra vida diaria y que con el tiempo van formando parte de la rutina que nos envuelve[4]. También Rebeca Maldonado lo define como «base del habitar bajo la idea de que la vida diaria es el lugar constitutivo del mundo»[5] de la cual pende existencia entera.
Pero no es sino hasta el autor Oscar Barragán que se menciona el dato importante de que la cotidianidad abordada desde un punto sistemático como concepto o corriente empezó apenas a mediados del siglo XX. Siendo así algo meramente nuevo dentro de los fenómenos como corrientes o términos filosóficos. Asimismo, explica que Heidegger entiende por cotidianidad a «la situación de impersonalidad, normalidad e indiferencia en que se encuentra la misma temporalidad del ser humano»[6].
Por lo tanto, podemos decir que lo cotidiano es lo conocido, lo normal, lo que vemos todos los días y con lo que nos relacionamos: aquel entorno que cumple con las leyes impuestas por nuestro mundo y universo y que nos va creando una idea completa de lo que es real. Aquí entra en juego la corriente impresionista y se relaciona con nuestro punto de partida: lo que se ve es lo que es. El impresionismo trataba de reflejar los colores reflejados en las cosas, situaciones, escenarios, ambientes o entornos; intentaba reproducir la belleza de lo que se veía, las luces, las texturas: el encanto del momento[7].
El artista impresionista trataba de enmarcar escenas al aire libre, la representación alegórica de su libertad y la lucha en contra de la clase alta quien no le otorgaba el título de “arte genuino” a estas creaciones que se deslindaban de cualquier referencia, griega, romana y literaria. Por eso, lo que el artista de este momento intentaba compartir eran paisajes o acciones cotidianas que no tuvieran un significado profundo: creaciones que molestaban a los intelectuales copados quienes decían que eso no era arte, pues básicamente era una protesta contra el arte de gabinete imperante.
Ya es a partir de este punto donde el título del artículo hace sentido ―por fin―, porque son estos mismos comienzos impresionistas que llevan a Henri Lefebvre a hacer esta relación de la pintura impresionista con la lucha de clases: una pintura cotidiana sin el propósito de vender y ser parte de la academia burgués contra una noble y pedagógica que pretendía encerrar el arte debajo de su escuela de “verdadera belleza”.
Lefebvre partió desde los estragos y consecuencias que dejó consigo la Segunda Guerra Mundial. Buscaba una salida de su crisis, tratando de alejar los problemas políticos y económicos lo más posible de la vida diaria. De ahí, él intenta construir un marxismo como conocimiento crítico de la vida cotidiana en donde explica que, en un mundo rodeado de cambios y un capitalismo hambriento y creciente, ¿no debería ser en la vida cotidiana dónde el hombre viva su vida plena?[8]
El filósofo empieza con una mirada muy pesimista acerca de la cotidianidad y lo relaciona como Heidegger, con el tiempo en donde el hombre se encuentra en constante caída y angustia. Relaciona lo cotidiano con el entorno a donde todos somos lanzados sin más. Esta etapa se relaciona más con los conceptos de capitalismo y la creciente idea del valor de las personas relacionado a su producción neta.
Es aquí donde Lefebvre separa las ideas de creación y producción y entre obra y producto, uno dependiendo de su valor y el otro del cambio que crea. Así, éste terminó en un “optimismo antropológico”, explicando que el sentido de la vida no puede ser revelado por una filosofía, sino que se trabaja en la vida diaria. Y, ¿cómo se da esto? Haciendo un espacio entre el trabajo y las acciones que a completan el día. Él observa que la filosofía en sí no le ha dado un lugar “digno” a la vida cotidiana, la cual parece ser un gran factor de cambio en los pensadores que empezaron a formarse dentro del cotidianismo, ya que la vida cotidiana para Lefebvre es la realidad social[9].
Para terminar, podemos decir que el camino de la corriente cotidianista aún está por descubrirse completamente. Lefebvre empezó planteando una idea interesante y propuso que el humano donde se relaciona y desenvuelve más es en su entorno cotidiano. Él hace hincapié en que ningún filósofo le ha dado el lugar necesario o correcto a la vida cotidiana. De aquí partimos diciendo que los próximo artistas, creadores e intelectuales nacen desde el seno de la cotidianidad. Aunque es tardado, la dirección de la corriente a punta a tener un mayor peso en otras que comparten la misma batalla: una lucha de clases contra el sistema y la creación de nuevos pensadores capaces de identificar las problemáticas de un mundo postmoderno.
Referencias:
Achach, Francisco. «¿Qué es la cotidianidad según autores?». Aleph, 26 de marzo del 2021.
Barragán, Oscar. «El problema de la cotidianidad desde la perspectiva fenomenológica de
Martin Heidegger». Séneca. De la brevedad de la vida. Venezuela: Universidad Pedagógica Experimental Libertador, 2016.
Bernal, Héctor. «La explicación a la pintura del impresionismo». Nómadas. Revista crítica de ciencias sociales y jurídicas 33, n.° 1, (2012).
Caillois, Roger. Au coeur du fantastique. Paris: Gallimard, 1965.
James, Montague. «Introduction» en Ghosts and Marvels. Oxford University Press, 1924.
Maldonado, Rebeca. «La vida diaria como base del habitar en Heidegger, Nishida y
Nishitani». Cuestiones de filosofía 8, n.° 30, (2022).
Márquez, Ulises. «La crítica de la vida cotidiana de Henri Lefebvre: importancia y vigencia
para la sociología contemporánea», Revista mexicana de ciencias políticas y sociales 66, n.° 241, (2021).
Roas, David. «La amenaza de lo fantástico». Teorías de lo fantástico. Madrid:
Arco/Libros S. L., 2001.
Santos, José. «Cotidianidad. Trazos para una conceptualización filosófica», Alpha, n.° 38
(2014).
Comments