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Saulo Macario

Palmadas en el hombro

Doña Clara murió,

la única que me alimentaba.

¡Qué bueno

que te la llevaste!

Se ve que la querías mucho,

porque si ella viera estás parcelas

tan secas y llenas de sed,

se nos muere.


Que no te dé pena,

no es tan malo habitar tu tierra,

eso sí,

no ha cambiado nada.

La violencia

es primordial,

viene en el maíz,

en el arroz, en los frijoles

y es lo único

que comemos.


¡Ay, Dios mío!

¡Dios tuyo!

¡Tú mismo!

Esto es así.


Los niños tienen esa maldad

inmadura que sólo

al crecer te das cuenta

si es peligrosa,

pero ya es tarde.


Esto es así, tú observas

y yo obro,

tú castigas, yo lloro.

Tú preguntas y yo respondo...


¡Ay, Dios mío!

¡Dios tuyo!

¡Tú mismo!

Esto es así.


Si te soy sincero,

soy un ser perdido

que vive en la enorme encrucijada,

la paranoia me acorrala

ciertos días,

y corro como loco,

sin rumbo.

Me da miedo el policía,

el puntero,

el hombre de la Dodge RAM nueva

de vidrios polarizados,

los sacerdotes,

pero te digo que

todo está bien.


Las palmadas que te doy

en el hombro

no son para reconfortarte,

sé lo que me tocó,

tú lo sabes tan bien,

tú lo sabes también.


Llevo caminando días,

pensando en si me entendieras

y yo a ti,

la cuna de la vida

es la cuna

de la muerte,

no tarda en llegar

y cuando sea un esqueleto

ahí tirado en una zanja

habrá otro que te cuente

como van las cosas

por aquí.

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