Con amor a la muchacha
Que viene de la peña.
Soy de la firme idea de que no se puede escribir sobre lo que no se ha vivido, desde que he decidido dedicarme a ser escritor. Una comprensión antropológica de los temas que se quiere narrar, tal vez.
¿Cómo vas a describir las condiciones de vida y las peripecias de los marineros en altamar, sino te ha despertado la voz angustiada de alguien porque una tormenta azota al navío? Por eso, cuando decidí escribir sobre pescadores y marineros, me enlisté en el primer barco que zarpaba del puerto más cercano. Seis meses recorriendo las costas del golfo hasta llegar a Yucatán. Pescando y traficando variedad de peces y mercancías ilícitas. Comencé como ayudante de cocina, fregando platos y preparando las sobras de la pesca para la tripulación. Para cuando terminaba el viaje, ya tenía los dedos callosos de tirar las cuerdas de las redes y un ancla marinera tatuada con tinta china.
En otra ocasión, me interné en una colonia brava y perdida. Con el objetivo de poder entrenar con los boxeadores de antaño: señores ancianos chaparrones pero curtidos en el trabajo duro. Usé los vendajes más suaves y los guantes más viejos con olor a humedad; golpee sacos remendados con cinta canela, los cuales parecían romperse al contacto de mis puñetazos torpes; corrí en calles perdidas entre subidas y bajadas; pelee en el campeonato de box más improvisado y en el patio de una vecindad, entre cajas de Coca-Cola, señoras lavando su ropa y viejos borrachos apostando al ganador; logré quedar en segundo lugar y cobrar las apuestas en mi contra. ¿Todo esto para qué? ¡Todo para poder hablar del boxeo en la Ciudad y sus campeones!
Cuando quise divagar sobre drogas, no dude ni un instante en pincharme las venas de los brazos y desviarme el tabique de la nariz, caminar entre las desoladas calles del centro bajo los influjos de los estupefacientes y que me reconozca gente que no logro recordar. Tres años duró aquel recorrido y otro en grupos de ayuda. ¡No siempre es fácil esta vocación!
No hay tema sobre el que quiera escribir que me haga dudar: algunas veces he pensado en tirarme de algún piso no tan alto o cortarme las venas de los brazos de forma no profunda y horizontal, quizá hasta tomar un puño no tan grande de pastillas después de confirmar la visita de un amigo, para poder hablar del suicidio y sus males.
Puede que exagere un poco, quizás haya uno: el amor.
Aunque bueno, claro que conozco del tema. De ese lado de hacer el amor, el que incumbe a los amantes y fluidos corporales. Nalgadas, cachetadas, gemidos, lamidas, apretar el ombligo propio contra el de alguien más, gritarse que no paré y olvidar la vida en un instante, entre otras cosas. Pero, ¿para qué escribir de eso? A esos temas recurren los que se han quedado sin ideas. Pero, también sé de la otra cara. Sé amar, he amado y estoy seguro de que amaré después (hay obras hermosas sobre el tema, los subterráneos de Kerouac me parece una de las mejores acabadas, aunque también está Werther de Goethe, bueno, hay muchas, sin olvidar La hoguera del amor quemado). Claro, sé cómo dar una caricia en el rostro de alguien más, con toda la suavidad que mis manos callosas me permiten. Sé procurar estar al pendiente de los sentimientos y sensaciones del ser que estoy amando. Creo que también comprendo el momento indicado en que debo soltar.
Sobrevivir a peleas clandestinas en las que es difícil escapar, a las mareas en época de huracanes y a las caminatas borrachas es una cosa. Pero nunca he entendido cómo salir sin heridas de tus besos.
De este tema que escriban los expertos. Mientras tanto yo… ¡Yo sólo escribo de lo que puedo controlar!
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