Jean Delumeau, autor de “El Miedo en Occidente”, explica que, durante la Edad Media y algunos años del Renacimiento, las autoridades religiosas europeas encargadas de lo que hoy conocemos como beneficencia, decidieron “adoptar” a los individuos que parecían no pertenecer a la sociedad, y, por ende, estaban alejados de los valores que inculcaba la Iglesia. Generaban desagrado y miedo dentro de los miembros de la sociedad que sí cumplían con la “norma”. De esta forma, la clave era aislarlos del lugar de donde parecían no pertenecer; así, mendigos y los mal catalogados como “locos” fueron apartados de las grandes ciudades y llevados a lugares alejados, como si tuvieran alguna enfermedad contagiosa.[1]
Lejos de comprender a este sector de la sociedad, a lo largo de los siglos se le fue marginando aún más, y tal vez fue en el siglo XIX donde no sólo hubo argumentos morales en su contra, sino también “científicos”. El ascenso de teorías con supuestos respaldos que buscaron explicar con ciencia cada uno de los aspectos de la vida, desarrollaron razonamientos y parámetros para definir lo correcto e incorrecto, lo negro y lo blanco dentro de una sociedad, como si de un laboratorio se tratara. Incluso ramas involucradas directamente con la ciencia, como la medicina, trataron de avalar algunos argumentos que respaldaban un “deber ser” físico.
Uno de los casos más polémicos de lo anterior, queda plasmado en las páginas de La Castañeda, donde Cristina Rivera Garza trata de analizar las narrativas generadas por los propios internos de uno de los hospitales psiquiátricos más conocidos, pero que, de una u otra forma, dio pie al desarrollo de esa especialidad y de la medicina en México: La Castañeda. Aun cuando la obra de la escritora desciende de una investigación histórica, puede ser leído como ficción que no se aleja de la consideración de los hospitales como sitios asociados al terror o concertador de los miedos de la cultura occidental.
Aunque lo conforman siete capítulos, el libro puede dividirse en dos secciones. Los primeros tres capítulos abordan el contexto histórico de la creación del manicomio y del estado de psiquiatría en el mundo y en el México del Porfiriato, así como de sus respectivos antecedentes. La explicación que da la autora permite comprender el porqué de la creación de una institución de salud mental del tamaño de la Castañeda en medio de un régimen donde la premisa de “orden y progreso” era extensible a todos los aspectos de la sociedad sin el menor cuestionamiento.
Los capítulos cuatro al seis se dedican de lleno a hablar sobre los principales actores de la Castañeda: los pacientes y los doctores. Especialmente, lo que ocupa la investigación de Cristina Rivera Garza son las narrativas que ambas partes generaron sobre los padecimientos: por un lado, los relatos de los internos sobre lo que las enfermedades, tal vez desconocidas para ellas y ellos, y la forma en que los padecimientos eran interpretados por los médicos a través de narrativas que transitaban entre lo paralelo y lo contrariedad.
Esta parte se conforma por escritos que varios pacientes generaron a lo largo de su estancia en la Castañeda. Estos se encuentran principalmente en el Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, así como los informes médicos. En esos escritos, por lo general elaborados a escondidas, los pacientes hablaron sobre sus pesares y cómo las enfermedades los habían atormentado desde edades tempranas. Es importante señalar que no había recursos ni las capacidades ideales para poder hacer un diagnóstico oportuno, establecer un tratamiento y evitar un paulatino avance. En contraste, los relatos médicos, en su mayoría, se limitaban a la observación de los cambios en la conducta de sus pacientes. Lo importante de esto último, radica en que son observados por médicos que, predominantemente, se formaron en un contexto donde el desarrollo y progreso económico se traducía en el progreso como sociedad, dejando fuera a los que no pertenecían o no “querían” formar parte de esta.
Si los relatos de ambos lados fueran sólo ficción, serían un buen pretexto para asustarse; lo triste es que aun siendo reales provocan la misma sensación. Al ser una investigación histórica, el último capítulo está dedicado a explicar la relación entre la literatura y la historia, que sirve de base para detallar de qué forma ambas disciplinas confluyen en su libro. Se puede decir que no sólo contribuye a la serie de obras sobre historia de la medicina, de la salud mental e incluso del Porfiriato y parte de la Revolución, sino que también el relato del hospital psiquiátrico más temido de la primera mitad del siglo XX mexicano demuestra cómo la historia también puede contribuir a los relatos de terror.
Notas [1] Jean Delumeau, El miedo en Occidente. (Siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada (España: Taurus, 2012), p. 570.
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