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Foto del escritorIván Skariote

Una aproximación a la tristeza en la literatura. Recomendando la lectura de Andrés Caicedo

Actualizado: 2 dic 2022

Luis Andrés Caicedo Estela es un autor colombiano mejor conocido como Andrés Caicedo, nació el 29 de septiembre de 1951 y se suicidó el 4 de marzo de 1977 en su ciudad natal Cali (la misma que será el escenario de toda su producción literaria, desde cuentos hasta su única novela).

Entre los muchos aspectos rescatables de su obra: como narrar el acelerado estilo de vida de los jóvenes colombianos, mostrarnos a través de su pluma y de una forma fantástica la urbanizada Colombia, o el traer a la literatura el lenguaje usual de los caleños, hay uno en particular por el que he decidido traerlo a las páginas de La Memoria Errante en este número, y es que Andrés Caicedo tiene un acercamiento especial con la tristeza.

Sucede que transmite y trata con la tristeza de una forma rápida pero contundente, como si fuera la única manera en que se puede experimentar, y esto tal vez sea porque vivió con ella por mucho tiempo de su vida hasta que decidió ponerle punto final. Pero para usted que lee, sabe que no es posible, y si no lo sabe por lo menos lo cree, ya que usted también ha experimentado la lentitud de la tristeza. Ese cuenta gotas en el que se transforman nuestras vidas cuando observamos la felicidad de otros y que nosotrxs no experimentamos. Esa es la magia. En cuentos breves es en donde Caicedo logra transmitirnos uno de los sentimientos más profundos del ser humano, hacernos sentir identificadxs y experimentar las varias contrapartes de la tristeza, o alguno de los elementos que la componen (eso considero, ya que un sentimiento tan complejo debe estar compuesto de muchos más factores).

Para mostrar esto he seleccionado tres cuentos cortos en los que se puede apreciar a lo que me refiero: Infección, Por eso yo me regreso a mi ciudad y El espectador. Los tres contenidos en la compilación Calicalabozos.


1) Infección.

“Odiar es querer sin amar. Querer es luchar por aquello que se desea y odiar es no poder alcanzar por lo que se lucha. Amar es desear todo, luchar por todo, y aun así, seguir con el heroísmo de continuar amando.”[1]

Esta es una de las frases más acertadas del cuento, en la cual está la tesis principal del mismo: ¿cuántxs no hemos odiado aquello que queremos pero que no podemos conseguir, por mínimo que sea? Ese es el tema central. Con esto nos muestra una de las contrapartes más rabiosas, pero a la vez más impotentes, de la tristeza: la envidia presentada como odio. Porque no conseguir lo que se quiere produce generalmente malestar, un malestar que puede rayar en la melancolía y el pesimismo de preguntarnos: ¿por qué a ellxs sí y a mí no?

La siguiente cita lo deja más claro, tal vez: “Odio a mis amigos… uno por uno. Unas personas que nunca han tratado de imitar mi angustia. Personas que creen vivir felices, y lo peor de todo es que yo nunca puedo pensar así”.[2]

Al final de cuentas, el odio es una parte esencial de la tristeza. Quien vive de esta forma siempre está en búsqueda de alguna razón para dejar de estar, y al no poder conseguirla empieza a menospreciar las fuentes de felicidad que tanto añora.


2) Por eso yo regreso a mi ciudad.

Otro de los elementos que componen la tristeza, y quizá uno de los más complicados, es la soledad. El sentimiento de aislamiento es un componente muy importante dentro de los malestares emocionales que puede ocasionar la tristeza. O, que a la inversa, la tristeza puede ser ocasionada por prolongadas sensaciones de soledad. Sea la una o la otra, es un componente que ahí está y este cuento lo muestra de una forma extraordinaria.

El camino de la soledad, o las formas en que se llega a ella, es muy variado, pero hay una forma en particular: la elección de estar solx. Puede definirse como cuando unx ya no encuentra motivo o determinación para juntarse con el resto y se contenta (cuidado con esta palabra) en estar consigo mismx, encerrado del mundo. Esto es lo que nos narra Caicedo: “Porque hay días [que no hay nadie] en los que todo parece cooperar para que yo no sufra, y soy feliz teniendo delante de mí a esas maripositas amarillas que juegan en la hiedra.”[3]

La soledad puede ser uno de los componentes más peligrosos de la tristeza, ¿será acaso ella la responsable del final prematuro de nuestro autor?


3) El espectador.

Este cuento de trama sencilla une en él los dos elementos anteriores: la soledad y el querer ya no estarlo.

La trama es sencilla, un chico cinéfilo que gusta de asistir a todas las funciones de cine aunque no tenga con quién ir porque aún no ha encontrado a alguien para compartir este gusto por la pantalla grande, aunque llega el día que parece que todo acabará, pero no para bien.

Una pequeña probadita de la melancolía que siente el protagonista: “Pero si yo tuviera una persona que le gustara el cine, las cosas serían mucho más fáciles. Sí, yendo a cine todos los días, sin importarnos que el teatro estuviera vacío, y conversaríamos después caminando por esta ciudad. Sería muy bueno para mí, sobre todo en los días de entre semana, cuando no va casi nadie a los teatros. Es triste estar sentado sin nadie alrededor, pero si no voy a cine, ¿qué otra cosa me pongo a hacer, después de todo? Muchas veces, un lunes, he pensado en salirme del teatro, cuando junto a mí no hay sino tres o cuatro personas de mirada amarga.”[4]

¿Cuantxs de nosotros no hemos estado en esta encrucijada, la de desear el ya no estar solxs, pero que nuestras decisiones nos hayan hecho aferrarnos más a la soledad? Es como ver el fuego por primera vez, y al tacto placentero de su calor, salir quemado.

Sé que estos tres cuentos no agotan la producción literaria de Andrés Caicedo, pero creo que son los que podría señalar como representativos para la cuestión misma de la tristeza. Aunque claro, usted al acercarse con este autor puede encontrarse mayormente identificado con otros o hasta con su novela Que viva la música,[5]la cual es un ejercicio más extenso sobre la melancolía y la vida acelerada en un escenario urbano como es Colombia en la década de los setentas, pero a la par también nos presenta una radiografía de la música popular de esos años. Mientras tanto, la invitación está hecha.

[1] Andrés Caicedo, “infección” en Calicalabozos (Colombia: Editorial Grupo Norma, 1998), 11. [2] Ibídem, 14. [3] Andrés Caicedo, “Por eso yo me regreso a mi ciudad” en Calicalabozos (Colombia: Editorial Grupo Norma, 1998), 22. [4] Andrés Caicedo, “El espectador” en Calicalabozos (Colombia: Editorial Grupo Norma, 1998), 55. [5] Andrés Caicedo, Que viva la música (Colombia: Instituto Colombiano de Cultura, 1977), 200 p.


 

Bibliografía:

Caicedo, Andrés, “El espectador” en Calicalabozos, 53 – 64 p. Colombia: Editorial Grupo Norma, 1998.

Caicedo, Andrés, “infección” en Calicalabozos, 11 – 17 p. Colombia: Editorial Grupo Norma, 1998.

Caicedo, Andrés, “Por eso yo me regreso a mi ciudad” en Calicalabozos, 19 – 23 p. Colombia: Editorial Grupo Norma, 1998.

Caicedo, Andrés, Que viva la música, 200 p. Colombia: Instituto Colombiano de Cultura, 1977.

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