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Abigail Campos

Una pequeña introducción a las teorías conspirativas

El mundo actual es muy preocupante, existen muchas situaciones que alarman y demuestran que la realidad es muy caótica, hay hechos que no podemos prevenir e incluso explicar, lo cual va en contra de una necesidad inconsciente del humano quien siempre quiere saber, tener una respuesta, por ello buscamos darle un sentido a todo lo que ocurre, pero a veces esas explicaciones no tienen fundamentos o se crean una realidad que termina dañando a inocentes o alejando el foco de interés de verdaderos problemas. Esa es sólo una parte de lo que son e implican las teorías conspirativas.


Las teorías de conspiración son tan antiguas como la humanidad, viéndose al principio como planes de otros grupos para causar daño a las comunidades cuando eran más vulnerables por el menor tamaño para mantener su supervivencia, pero ahora se plantean para dar una explicación de ciertos hechos basándose, principalmente, en la afirmación de que los poderosos, como líderes, empresas o jefes de gobiernos, manipulan a la sociedad maliciosamente por algún beneficio propio, así es como los teóricos ordenan el caos cotidiano. Esto se debe a que al no obtener la gratificación de una respuesta inmediata a lo desconocido o caótico crece la necesidad de una explicación, en inglés se llama Need for Closure Scale, término acuñado en 1993, el cual surge en amenazas como atentados o masacres escolares que lleva al surgimiento de las teorías que indican que son eventos falsos o que el gobierno lo orquestó. Así mismo, en varios estudios se encontró que se cree en las conspiraciones con más facilidad por los mecanismos neurológicos más primitivos que llevan a creer más en las falacias al asegurar nuestra supervivencia, pues estamos programados para reconocer patrones en el entorno, ya que las alteraciones significan peligro, de ahí nace la paranoia que envuelve las conspiraciones.


Actualmente el internet ha traído una sobrecarga de información, para la cual nuestros cerebros no están acostumbrados, pues durante casi toda la historia humana la información ha sido dada dosificadamente, provocando que la búsqueda innata de patrones (pareidolia) lleva a crear relaciones como los mensajes subliminales o ver caras en objetos inanimados. Cómo este hay otros sesgos cognitivos que nos llevan a interpretar de cierta manera la información cómo el de confirmación (induce a inclinarse por la evidencia que reafirma las ideas preconcebidas, ignorando todo aquello que las contradiga), el de proporción (el cual indica que los eventos de gran proporción deben tener causas del mismo tamaño), el de intención (donde se piensa que todo alrededor ocurre por una razón o plan concreto y para obtener seguridad nos aferramos a nuestras explicaciones; viene desde la niñez cuando se aprende a distinguir la relación causa-efecto).


Aunque no se sabe muy bien quienes son más propensos a creer en las teorías, se tienen varios perfiles de personalidad como el recolector de injusticias (impulsivo, arrogante, que quiere demostrar que todos son ingenuos menos él o ella), otro es el de la persona solitaria, nerviosa, indiferente, puede que sean personas de edad avanzada que vivan solas. Aparte de estos perfiles, otros estudios han encontrado características comunes entre los creyentes de las conspiraciones como la baja autoestima, el narcisismo, creer en lo sobrenatural, dificultad para empatizar, sentirse vulnerables, presuntuosidad, impulsividad egocéntrica, con periodos de profunda depresión o ansiedad, no permitir nuevas ideas solamente las suyas, entre otras; pero siempre se satisface la necesidad de sentirse especiales provocando seguridad en la inteligencia al saberse sobresaliente de los demás al conocer "la verdad". En otras palabras, llegan a usar más reglas generales inconscientes para una rápida toma de decisiones sobre en qué deben creer, según la psicóloga social y política Marta Marchlewska, de la Academia Polaca de Ciencias, las personas que requieren de esas reglas o atajos cognitivos para darle sentido al mundo son las que sufren ansiedad, sensación de desorden o que necesitan cercanía cognitiva. Por otro lado, las investigaciones de la psicóloga social de la Universidad de Kent, Karen Douglas, revela que quienes se sienten inseguros y suelen catastrofizar los problemas, suelen creer más en las teorías.


Otro factor psicológico que lleva a aceptar las teorías es lo que se denomina "narcisismo colectivo" o que un grupo crea de forma exagerada su importancia. Marchlewski encontró que ellos son más propensos a buscar enemigos imaginarios y para culparlos adoptan explicaciones conspirativas, volviéndose más intensa cuando el individuo o el grupo, en general, fracasan. Las conspiraciones son grupales, principalmente nacidas en redes sociales, lo cual lleva a que entre ellos se mantenga una opinión dominante amplificada por una "mentalidad de manada" (un individuo se vuelve fuertemente influenciable por el consenso del grupo sin importar si contradice sus pensamientos, mientras más coincidan, el individuo menos podrá contradecirlos). Como un derivado, las personas llegan a defender a su grupo desde un nivel más instintivo, según Peter Ditto, psicólogo social de la Universidad de California, desde el inicio de la humanidad se creció en grupos que competían, desconfiando de los otros y volviéndose leales a los suyos, un sesgo natural y rasgo imborrable de la condición humana.


Declara también que clínicamente causa interés el por qué se cree y quiénes creen en las conspiraciones, pues se piensa que los creyentes deben "tener algo", pero poco se habla de la parte social. Está influye mucho si en el grupo donde se desenvuelve tiene una creencia fija, las cuales suelen ser implantadas por personas influyentes, como líderes políticos, quienes usan esas teorías y desinformación como arma política para manipular al público para obtener poder, ordenando primero buscar enemigos imaginarios para luego preparar la lucha, el final es trágico al dañar a personas inocentes; el líder se aprovecha de que las personas creyentes suelen buscar un salvador, un protector de los enemigos que creen tener dentro de esa conspiración. Al creer en algo, suele ser muy difícil disuadirles de la creencia, lo cual se llama ecos de creencias por la científica política de la Universidad de Syracuse, Emily Thorson, que es una respuesta más emocional a la información, formando una obsesión sin importar que se demostrara falsa.


Desde afuera pueden parecer ideas de risa, pero las consecuencias pueden ser graves como una mayor mortalidad por cáncer ante aquellos que creen en el Big Pharma (teoría de que las compañías farmacéuticas enferman o niegan las curas para beneficiarse monetariamente), a la vez que enfermedades peligrosas como el sarampión han empeorado debido al movimiento antivacunas. Un ejemplo más cercano es que aquellos que creían, y aún creen, en los bulos sobre el COVID-19 eran menos propensos a seguir las indicaciones contra la enfermedad y dudaban de las vacunas. Según Jan'Willem van Prooijen, psicólogo social de la Universidad Libre de Ámsterdam, muchas investigaciones declaran que el que las personas crean bulos repercuten en la conducta, además de que se es más propenso a creer en las noticias falsas que se les presentan varias veces, llegando a confundir verdad con familiaridad.


A pesar de lo anterior, los expertos, como Sander van der Linden, psicólogo social de la Universidad de Cambridge, declaran que la mayoría no cae en falacias, aunque sí cuando la desinformación da explicaciones sencillas y causales para ciertos hechos aparentemente aleatorios dando la mencionada sensación de control; durante momentos de confusión y caos las explicaciones de las teorías atraen aún más, pero no implica su imposibilidad de refutar. La gente odia no saber y a menudo tiene que formarse opiniones de temas que no entiende, por lo tanto, para evitar que se aferran a falsa información se debe inculcar que es racional cambiar de opinión cuando se presentan otras pruebas.


Según diversos estudios, la educación puede ayudar a combatir las teorías de conspiración pues una persona educada cuenta con más herramientas de análisis, un sentido de responsabilidad y autoestima que se contraponen a los círculos de paranoia en los que se sumergen los teóricos, que suelen percibirse como vulnerables, oprimidos, discriminados con lo que creen que sus ideas son una forma de rebelión en contra del poder que es culpable de su mala situación. Por otro lado, la peor forma de hacer cambiar de parecer a un teórico de la conspiración es con críticas y burlas, es mejor centrarse en las consecuencias de tal pensamiento, pero para combatirlas es mejor una buena educación desde la infancia donde se fomente la curiosidad, el pensamiento crítico, la investigación y el interés en la ciencia.


Las teorías contra el gobierno y sus planes malévolos, hasta las más ridículas e inverosímiles como las teorías de la tierra plana o hueca, puede que se mantengan funcionando pues se han registrado conspiraciones reales, pues la desconfianza en gobiernos, líderes o empresas no nació de la nada, pues han realizados planes y actos a espaldas de los ciudadanos para su beneficio y en la siguiente ocasión lo discutiremos.


Referencias:

Carey, Benedict, "¿Por qué las personas creen en teorías conspirativas?", The New York Times, 30 de septiembre de 2020, https://www.nytimes.com/es/2020/09/30/espanol/ciencia-y-tecnologia/teorias-conspiracion.html 

Kramer, Jillian, "Por qué las personas se aferran a las teorías de la conspiración, según la ciencia", National Geographic, 11 de enero de 2021, https://www.nationalgeographic.es/ciencia/2021/01/por-que-las-personas-se-aferran-a-las-teorias-de-la-conspiracion-segun-la-ciencia 

Lanterman, Margaret, "Conspiraciones: breve manual para sobrevivir la paranoia", en Algarabía, no. 160 (2018): pp. 25-35

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