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Una semana en Yucatán

Foto del escritor: Brenda MortaraBrenda Mortara

Éramos cuatro amigas, que decidieron irse de viaje de graduación…


Si volvemos a junio de 2021, ya había acabado la carrera, no tuve fiesta de graduación ni despedida en la universidad. Pasó sin pena ni gloria y de alguna forma no me afectaba porque todos nos la vivíamos encerrados en nuestras casas, pero había pasado un acontecimiento importante en mi vida: había acabado la carrera, cuatro años de leer, escribir, realizar ensayos, estresarme por los exámenes, sufrir lógica, pasar lógica, llorar a veces por no lograrlo, conocer gente que se quedaría en mi vida, gente que vería de vez en cuando, amigos que dejaron de serlo, gente que agregaría a Instagram aunque nunca hayamos cruzado palabra, reír, comer y caminar, pequeños y grandes logros. Todos esos detalles, que se volvieron parte de esos cuatro años de mi carrera.


Mis días universitarios se quedaron atrás, por allá del 2020, y mientras mi vida seguía con el trabajo, la cuarentena y el ejercicio, mis amigas que iban un año más abajo también acabaron su carrera. Logros compartidos a la distancia, me sentía feliz por ellas y por mí. No habíamos disfrutado nuestros últimos semestres como se debía, pero algo seguía ahí, nuestra valiosa amistad.


Una de ellas propuso un viaje de graduación, tomarnos una semana de nuestras vidas para vivirlas en conjunto y compartir momentos entre todas. Decidimos que Mérida podría ser el lugar indicado ya que tenía desde playa, hasta ruinas mayas y centros turísticos cálidos pero muy tranquilos.


Encontramos una casa en Airbnb pintada de colores vibrantes y con una alberca que lucía refrescante, todo estaba yendo perfecto. No falló nada en la organización, accedimos rentar un carro entre las cuatro y Michelle, Liliana, Aranza y yo nos encontramos en el aeropuerto a las seis de la mañana para llegar temprano a nuestro primer día de vacaciones.


Michelle y Liliana decidieron irse dormidas en el avión, mientras Ari y yo estábamos bien despiertas. Estábamos emocionadas, la mayoría de nosotras nunca había viajado completamente sola, sin familiares y era una nueva experiencia desde cocinarnos entre todas hasta organizarnos para salir y ver qué hacer.


En ningún momento me sentí incómoda, al contrario, todas encajamos perfectamente en las actividades de la otra, teníamos las mismas ideas respecto a lo que queríamos hacer y a dónde queríamos ir.


Desde que llegamos, aunque algunas se morían de sueño, otras empezamos con mucha pila, más de la que me esperaba tener para haber madrugado desde temprano, supongo era la emoción del primer día, el sentirme libre junto a mis amigas y al mismo tiempo nerviosa por ser completamente responsable de mi seguridad.

Lo primero que decidimos hacer fue ir a desayunar, nada fuera de lo normal, unos chilaquiles con pollo y un jugo de naranja. Estuvimos en el centro de la ciudad; había escuchado que un museo estaba por ahí. Caminamos un rato por las calles, el clima estaba precioso, soleado sin mucha humedad.


Encontramos el museo, lo exploramos y vimos varias esculturas, todo era muy llamativo, desde las figuritas hasta las grandes obras de piedra caliza. Hasta arriba del museo, nos encontramos con una artista yucateca que hablaba acerca de feminismo y lo que las mujeres de Yucatán han tenido que enfrentar al ser mujeres; expresado de la forma más asombrosa y al mismo tiempo triste, por medio del tejido y la madera, donde cobraban vidas las historias de aquellas personas que entrevistó.

Saliendo de ahí, Michelle nos dijo que había una tienda cerca que conocía por lo que todo el grupo se dirigió ahí, nos encantó el espacio que había al centro y las tiendas acomodadas alrededor, dejando espacio para que entrara el sol y se reflejara en las superficies blancas que estaban por todos lados. Como las mujeres modernas y adictas a Instagram que somos, decidimos tomarnos muchas fotos, he aquí algunas:


Llegando de desayunar, nos instalamos en el airbnb, el host nos explicó dónde estaba cada cosa, y después de haber sufrido en el aeropuerto por no encontrar uber, esperar una hora para que Aranza y Michelle llegaran, dejaran sus cosas, fuéramos a desayunar y regresáramos, por fin pudimos empezar a acomodarnos en nuestras respectivas habitaciones.

Ese primer día era curiosamente el último día de Yucatán en semáforo verde, y los demás días que estuviéramos ahí iban a ser con semáforo amarillo, lo que significaba que no podríamos viajar en el mismo uber las cuatro al mismo tiempo. Lili y yo decidimos ir al súper como las adultas responsables que intentamos ser durante todo el viaje -spoiler: no salió tan mal-, compramos mucha comida, y alcohol, por supuesto, al final ocupamos menos comida porque casi siempre salíamos a comer, pero procuramos no desperdiciar nada y dejar a las personas de mantenimiento toda la carne y productos que compramos.

Rompí la taza del baño el primer día, ya que acomodándonos en nuestro cuarto, Lili y yo no sabíamos que había truco para abrir la puerta desde dentro entonces como la desesperada que soy y ansiosa porque no me pudieran escuchar las demás me asomé por la ventana que había arriba del retrete y metí la pata hasta el fondo… literalmente. Mis amigas no pararon de hacerme bromas respecto a ese día, y después cuando ya teníamos el carro, rompí los lentes de Aranza de una sola sentada. Los cuales fueron repuestos días después en las rebajas de H&M y en distinto color.

En la noche, recibimos a Pamela, la mejor amiga de Michelle, y su novia, Sara. Con quienes íbamos a coincidir un par de días, por lo que, decidimos vernos y nos quedamos platicando en la alberca hasta que se oscureció, sin prisas ni padres que nos dijeran que ya era muy noche, todo fluía tranquilo y relajado; quedamos en ir al siguiente día a Puerto Progreso. Un lugar que como dice su nombre, cuenta con playa y varios restaurantes alrededor donde podíamos comer mientras disfrutábamos de la gran vista.

Semanas antes del viaje, decidí comprarme unas cámaras desechables con el pretexto de fotografiar el viaje de principio a fin, lo cierto es, que sólo ocupé un rollo y de las 27 oportunidades para tomar fotos, solo once salieron bien, aquí dejo algunas tomadas con mi cámara desechable y una que otra tomada con el celular, ¿se notará la diferencia?


Probé las marquesitas originales, y como el restaurante te daba de entradas siempre consumías bebidas, nos llenamos de pequeños platillos típicos yucatecos que sabían delicioso y que no parábamos de comer hasta que tuvimos que decir que no porque ya era demasiado.

Volvimos a Puerto Progreso una segunda vez, ya avanzado nuestro viaje, y déjenme decirles que los atardeceres en la playa son una joya que debe de ser preservada a toda costa. Los colores, el mar, la calma y el aire despejando el cielo, era de lo más hermoso que no había visto en mucho tiempo.



Todo estaba muy tranquilo, habían vuelto a poner el semáforo amarillo cuando en la ciudad andábamos en verde, eso limitó un poco nuestras opciones de hacer un spring break en toda regla, pero no detuvo nuestras almas de señoras al momento de ir a desayunar, pasarnos la tarde en la alberca disfrutando de una cerveza mientras platicábamos de la vida, los problemas y el futuro.

Se pasaba el tiempo demasiado rápido cuando estábamos platicando, mientras estábamos siendo refrescadas por el agua y el aire, el sol se dignaba a salir de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo que estuvimos se mantenía nublado.


Días después, que ya tuvimos cómo movernos solas, llovió muchísimo por la mañana, hubo un momento de pánico donde pensamos que se iba a inundar la alberca, y el pasillo que daba a la puerta principal. Al final, todas nos organizamos para sacar unas cubetas y tener el jalador en todo momento para que el agua no pasara hacia la sala.

No me puedo quejar realmente del clima, sí, nos hizo sufrir un par de veces, pero también nos hizo un paro cuando fuimos a Chichén Itzá, mientras Michelle conducía y Lili iba de copiloto, Aranza y yo éramos las encargadas de ir cambiando las canciones, de vez en cuando con tan solo voltearnos a ver nos empezábamos a reír y platicábamos de muchas cosas en esos momentos.

El clima ya había mejorado, aunque seguía nublado, el camino hacia Chichén Itzá pese a que estaba retirado, gracias a que las carreteras son muy largas y sin demasiadas vueltas o baches, no se nos hizo largo el trayecto, tampoco sentimos que hubiera tráfico. Nos tomó como una hora y media llegar a nuestro destino, para entonces, el clima ya había mejorado bastante, el sol todavía no salía, pero las nubes se veían bastante blancas, y el cielo muy azul. Michelle tenía sus reservas, y antes de entrar a las pirámides, decidió comprarnos cuatro impermeables, que guardamos en la mochila de Aranza – Ari, si lees esto, ya danos nuestros impermeables-; estacionamos el carro, nos bajamos en el lugar más lodoso que pudimos encontrar y caminamos hacia las pirámides. Por el camino, nos encontramos con varios vendedores que nos vendían desde caballitos temáticos, camisetas con el nombre de Chichén Itzá estampado, y, mi souvenir favorito del viaje, máscaras hechas de barro y pintadas de azul con dorado, representando cada una a diferentes deidades mayas. Yo me terminé comprando tres máscaras, un caballito, dos camisetas y tres llaveros de la pirámide.

La entrada principal estaba llena de camiones con muchos turistas, la taquilla estaba repleta, pero se movía bastante rápido y en cuanto nos entregaron nuestros boletos nos dispusimos a seguir la fila para que revisaran nuestras mochilas y nos permitieran ingresar. No quisimos guía, tampoco es que supiéramos mucho de pirámides, pero íbamos más por la experiencia y vaya que al entrar y ver las construcciones de antaño, nos quedamos sorprendidas de lo grandiosas que eran.











Izamal fue otro de los lugares que más me encantó. El amarillo de la iglesia principal era destacado en todas las páginas de internet que busqué para investigar qué hacer una vez que estuviéramos allá.

Era otro día lluvioso, había dejado de llover en lo que llegábamos al lugar, pero todo el camino había estado lloviendo intermitentemente. Mis amigas me preguntaron que qué les sugería para ese día y les dije que había un pueblito mágico cerca llamado Izamal.

Al llegar, nos dimos cuenta que la plaza principal -la única plaza en realidad-, estaba casi vacía, la mayoría de los locales habían decidido cerrar porque estaba lluvioso, dejando un espacio vació donde podía verse perfectamente el letrero de Izamal en mayúsculas, y charcos de agua alrededor.

Les dije a mis amigas que sí o sí teníamos que visitar la iglesia, pero al subir nos dimos cuenta de que la estaban remodelando por dentro, lo cuál impidió que pudiésemos entrar. Aunque valió la pena la subida, nos tomamos fotos bonitas.


Aquí nos encontramos con una tienda dónde vendían libretas hechas a mano con diferentes portadas de artistas, imanes de refri, y pulseras de ámbar.

En este viaje, exploramos muchos lugares, incluyendo un cenote al cuál todas teníamos ganas de ir, en especial Michelle. Así que nos dispusimos a manejar hacia el cenote, comprar nuestro paquete para poder entrar las cuatro, descubrir que había pescaditos en el agua, aventarnos a unos dos metros por encima del cenote con todo y salvavidas, y nadar junto a extranjeros que parecían bastante intrigados por las construcciones naturales que los mayas tenían tanto para fines rituales como para lugares de ocio.

Este viaje lo gozamos como nadie, tomamos muchas fotos y vídeos, nos la pasamos yendo a comer, fuimos a un centro comercial donde todos se ponían pantalones de mezclilla, aunque el clima fuese demasiado húmedo, comer antojitos yucatecos, disfrutar de una Chichén Itzá que no estaba a cuarenta grados bajo el sol, de la lluvia, de la alberca, de los viajes en carretera, de la música a todo volumen, y sobre todo, de la compañía de todas.

Sin duda alguna es un destino al que volvería millones de veces, por su calidez, lo tranquilo y seguro que es para las turistas, por los cientos de actividades que puedes hacer y que no quedan lejos de la capital del estado.

También por la compañía, las risas, las pláticas y los recuerdos que ahora compartimos de ese lugar, por los viajes que faltan por venir y las aventuras que nos quedan por planear. Este viaje no hubiera sido posible sin cada una de mis compañeras de viaje, porque ahora recuerdo el porqué he decidido llevarme con estas personas ya no solo como compañeras universitarias sino como compañeras de vida.













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