Suelen caer a cántaros,
directo a la cabeza,
taladrando alucinaciones,
que emocionan a toda clase
de curiosos aventureros.
A veces brillan cual resolana,
otras yacen golpeadas en fraguas,
se entierran en la arena,
o giran lejos en sus órbitas.
Se ríen de mí, carcajean,
podrían ser el salto a la luna,
pero prefieren enmascararse,
hacerse las difíciles cada noche.
Mis dedos las rozan,
pero muerden, impertinentes,
aunque siempre regresan
goteando múltiples de ellas.
Me pierdo últimamente,
ni pesado ni ligero,
solo es indiferente,
pues se pierde el mensajero.
Se apagó la fogata,
el barro se ha secado,
no llega luz al monte,
solo mis plagas inmortales.
El papel ruega por manchas,
pero el grafito carece de punta,
solo palabras desordenadas,
en la mente de duda perenne.
Ojalá pronto se quiebre la red,
y fluyan escupitajos vibrantes,
después de milenios sofocantes,
que con suerte saciarán la sed…
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